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domingo, agosto 30, 2015

El llanto de un héroe cercano

Siempre estuvo cerca. Al fin y al cabo, Arnedo y Bilbao están a tiro de piedra. Así que Diego Urdiales puede ser considerado torero de tierra vasca, porque siempre fue muy respetado y querido en Vista Alegre. Matador de emergencia para sustituciones de improviso y matador de admirable capacidad muletera para victorinos enrabietados. También para aquellos que se entregan y rompen por abajo. Recientemente toreó uno así.

Pero hoy se estrechó el lazo entre Diego Urdiales y Bilbao, y fue con un Alcurrucén. Se afianzó, torería mediante, la relación que los une, el respeto mutuo que se movía entre el aprecio de los organizadores y la admiración del riojano. Admiración por el coso de la arena oscura, por la afición respetuosa al tiempo que entendida.

Hoy toreó Urdiales. Dejó en evidencia a cualquier matador que haya paseado un apéndice a lo largo de esta semana. Porque se hartó de torear con personalidad propia, pureza encomiable, afán de superación y logro de la misma. Hasta lágrimas hubo. En Diego, en servidor y en otros tantos.
Se salió toreramente a los medios con el cuarto que apuntó a manso. Y empezó el recital. Derechazos con la panza de la muleta, muletazos lentos y profundos, naturales templados, hacia dentro, rematados tras la cadera, escuchando el crujir de las costillas del toro. Dolía doblarse ante el poder de un héroe, pero Favorito siguió con apabullante nobleza, inmensa calidad, inolvidable son. Por este pitón, por el otro y por el de más allá. Por cualquier sitio. Chispa justa, igual que el fondo, pero duración suficiente para cinco tandas de explosión. De emociones, sentimiento, olés. La faena de su vida.

Y tomó la espada. Porque Diego ha toreado muy bien muchas veces y en muchos sitios, pero siempre le ha costado rematar. Siempre ha sido difícil dar con la cruz y empujar el estoque hasta la bola. Esta vez no fue así. Se tiró como una vela Urdiales, derecho al pitón del toro, dio con la diana móvil y empujó. Sintió y logró la muerte de un toro cuya cabeza guardará disecada. Y rompió a llorar, por la emoción de torear como nunca, por la pasión por el toro nunca debidamente premiada, por abrir la inalcanzable Puerta Grande de Bilbao. Un hombre valeroso lloró como un niño, sentado en el estribo y mirando al cielo.

No fue fácil compartir cartel con Urdiales. Ya había cortado una oreja al abreplaza con el gusto de la casa. En esa ocasión no había redondeado. Toro mirón, probón y desclasado. Derrotes que incomodan a cualquiera. Sólo un espadazo había limpiado las dudas que el escaso ajuste pudo sembrar.

Así que Castella y Perera estuvieron por debajo del riojano. Claro. Como para no. No picó el francés a ninguno de sus dos toros. El segundo de la tarde tuvo tanto empuje como inteligencia. Tan crudo y tan listo, miraba a Castella como diciendo quita que te cojo. Dudó Sebastián, pegó medios muletazos ciertamente periféricos y ya se le había pasado el tiempo. El quinto fue otro manso que pidió medios. 
Dos péndulos poco ajustados y una primera tanda de nulo temple trasladaron a Califate hasta la boca de riego, donde aguardó tardo. Embistió con nobleza sin querer repetir en el tercer muletazo, condenando las tandas a una extensión limitada, en tierra de nadie. Se pasó de faena el de Béziers antes de cuadrar al toro de aquella manera y colar una estocada ligeramente tendida.

Peor estuvo Miguel Ángel Perera. El extremeño se imita a sí mismo, o lo que es lo mismo, torea igual que la temporada pasada sin tener que torear igual que la temporada pasada. Inicios con transmisión, muletazos largos y arrimones de vértigo. Este año, como los inicios y los muletazos no son ni emocionantes ni largos, los arrimones se antojan absurdos e injustificados. Así que Perera y su toreo pierden razón de ser.

El anovillado tercero (sólo el desarrollado morrillo disimuló el trapío) se movió con un incómodo rebrinque insalvable, ni con mano baja. Lo intentó Perera con actitud, pero pagó la aparente frialdad y su inevitable consecuencia: no llegar al tendido. El cierraplaza, un precioso burraco con hechuras para enmarcar, fue soso como él sólo, tanto (¡o más!) que el mismo Perera. Sin casta ni emoción. Tomó bien la muleta, pero deslució cada pase saliendo por arriba, distrayéndose hacia el tendido. Quizás impresionado por la pasión que en él se vivía. Aún recordábamos la faena de Urdiales.

Seis toros de Alcurrucén: primero bien hecho, manicorto; segundo largo, culipollo; tercero enmorrillado, justo; cuarto lavado de cara, cornivuelto; quinto abierto de sienes; sexto guapo.
Diego Urdiales (rioja y oro): Oreja y dos orejas.
Sebastián Castella (tabaco y oro): Ovación y ovación.

Miguel Ángel Perera (gris plomo y oro): Palmas y palmas.

viernes, agosto 28, 2015

Pedir toro, pedir futuro

Unos pagan y otros cobran. Cobran bien. Abundante, digamos. De modo que quien paga espera que quien cobra justifique tal desproporcionado ingreso, con un servicio, una actuación, o al menos disposición hacia ambos. Buena intención y la verdad como bandera. Pero uno, con toda su inocencia, se topa en ocasiones con personas capaces de robar, defraudar, estafar y hacerlo además abiertamente. Sin tapujos. Con una sonrisa.

Así que uno se harta y protesta. Se hartó Bilbao (y ya era hora) con la novillada indecente que Antonio Bañuelos echó a Vista Alegre. Se enfadó el público con un ganadero sin vergüenza torera para decir que no, que si no tengo toros yo no voy a Bilbao, porque respeto a la afición y no merecen mis becerros. Y culpó el respetable a la máxima autoridad y responsable del fraude que supone esperar una corrida de toros y encontrarse una novillada. Escuchó una bronca ensordecedora Matías, un veterano aficionado que cree mantener el prestigio con racanería al otorgar orejas y olvida que el respeto al aficionado empieza a las doce de la mañana. "¡Toro, toro!" gritó Bilbao, pidiendo auténticos toros de lidia. Pidiendo trapío, bravura y poder. Pidiendo respeto al toro y al que paga. Pidiendo futuro para la fiesta.

No sólo salió al ruedo una gatada; para más inri, fue mansa, descastada, desrazada, desfondada y, en muchos casos, justa de fuerza. Cogida por los pelos. Y se enfrentaron a un sexteto sin opción dos toreros que no quisieron buscarla, dos con poca cara y mucha chequera: Finito de Córdoba y Alejandro Talavante. La más que ensalzada torería andante y la frialdad hecha torero.
Un toro sin cuajo abrió plaza. Colocado de aquella manera al caballo, escasamente picado y difícilmente banderilleado -recortó e hizo hilo-, tomó Finito la muleta para tantear sin seguridad a un noble que pecó de mirón. Bastaron dos miradas para activar el tembleque en el de Sabadell y que se viera la escasa forma en que se encuentra. Miedo, dudas. Problemas. Recordó quizá que no debió visitar Bilbao con diez corridas toreadas. Mató pensando en otra cosa y escuchó silencio sepulcral. Quedaba el escurrido cuarto, novillo bajo, corto. Erró el Fino al elegir el tercio para la faena, y el manso cantó la gallina y trotó hasta toriles, donde buscó refugio, protección del que manejaba los trastos. No quiso o no supo el matador poner ganas a una tarde absurda per se, así que ejecutó otra estocada de nula exposición y se escondió escuchando leves pitos.

Fandiño fue otra historia. El único que marchó escuchando palmas. Porque Bilbao es benévola, pero Bilbao premia la actitud, las ganas, la vergüenza torera. Y si eres de Orduña, más. Anduvo Fandiño por debajo del bronco segundo, que quedó crudo en el caballo y se desplazó mediante derrotes en la muleta del vizcaíno. Mil y un enganchones sumados a errores en terrenos y distancias no impidieron que Bilbao pidiera una oreja para el paisano. Se arrimó en ajustadas manoletinas, se desplantó en la cara del toro y arreó un espadazo a Susurrante, que pasó a mejor vida tras muerte encastada. No otorgó trofeo Matías viendo pobre petición, a lo que Iván respondió con caras de asco. Néstor, su apoderado, se sumó al espectáculo del desprecio. Despreció un despreciable.

Quedó el quinto sin picar y marchó escuchando palmas Rafael Agudo. Rafael perderá el trabajo cuando se suprima el tercio que protagoniza, pero allá él. Marchó feliz. Refugiado fue otro bronco que se desplazó poco, y cuando lo hizo fue con la cara arriba y querencia a tablas. Se rajó y paró en seco. La efectividad en el estoque de Fandiño, unida a su loable pureza al entrar a matar, le dieron carpetazo.

Talavante lo intentó en vano con el tercero. Aplicó muleta retrasada a un toro con corto viaje, temple al derrote de cada muletazo y suavidad a las broncas embestidas. Pero no aplicó alma, duende, transmisión, sentimiento. Pegó pases, no toreó. Y nadie jaleó los pases, porque ninguno fue digno de ello. El extremeño decidió cambiar la película con el cierraplaza. La bronca había eclosionado al ver lo escurrido del sexto. Hasta Ramón García, veterano de Vista Alegre y siempre respetuoso aficionado, demandó con ahínco el cambio del novillo. Gritó toro, o tongo, o qué se yo. Pidió respeto y no se hable más. Talavante no tuvo ganas de remar montaña arriba, contra la corriente de la decepción canalizada en enfado, y entró a matar tras un trasteo brevísimo. Dos pinchazos encendieron más. Y tocó bronca a la salida, precedida por la que escuchó Finito y sucedida por la que ensordeció a Matías según se ponía en pie y abandonaba su sillón. Su ya desmerecido sillón.

Seis toros de Antonio Bañuelos: primero bajo, sin cuajo; segundo anovillado; tercero escurrido de carnes; cuarto corto, cerrado de sienes; quinto astracanado; sexto anovillado y fuertemente protestado.
Finito de Córdoba (negro y plata): Silencio y pitos.
Iván Fandiño (rosa y oro): Vuelta al ruedo y ovación con saludos.

Alejandro Talavante (gris perla y plata): Silencio y pitos.

jueves, agosto 27, 2015

Lo que no puede ser

Decía uno que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. El colmo de la desdicha. No puede ser y, por si fuera poco, es imposible, que se venda como una gloriosa tarde de toros la pantomima que Bilbao presenció y jubilosamente enalteció el jueves de su Semana Grande. Con las figuras y la plaza casi llena. Con un público fácilmente impresionable que en nada se distingue del que llena plazas mediterráneas.

Es imposible y no puede ser que El Juli cortara las dos orejas en una faena de consumada vulgaridad y antiestética ejecución de una defectuosa estocada. Y de hecho no las cortó, porque lo frenó un estoico Matías, otrora presidente glorioso, ahora bipolar. Matías falló a su compromiso con la afición tolerando una corrida chica, anovillada y sin cuajo alguno. Quiso reconciliarse con ella siguiendo fielmente el reglamento y guardando rápido el solitario pañuelo que lució a la muerte del quinto. Aunque el reglamento perjudicara a su amigo Julián.

La faena al quinto fue escandalosamente antiestética y vulgar. Como lo es, al fin y al cabo, el toreo de Julián López El Juli. Se echó demasiado encima de un ejemplar de Garcigrande manso como él sólo pero brioso en banderillas, para desgastarlo con su poderosísima muleta y arruinar las embestidas de una carreta andante. El Juli toreó tras la pala del pitón a un toro ya sin alma, sin empuje, sin fuerza para moverse, aunque con exagerada prontitud para hacerlo. Jamás rehuyó pelea, pero nunca tuvo el ímpetu necesario para ejecutarla. Un toro educado para embestir, no para ser bravo. Una máquina de moverse, no de emplearse. Un bobo con cuernos, peligroso al fin y al cabo, pero igualmente bobo. Tan bobo fue que Julián se quiso reír de él macheteándolo tras doblar, y aún movió la cabeza como queriendo coger los vuelos.

Matías nos salvó. Sólo nos pudo salvar en esa ocasión, porque las otras dos orejas que se cortaron fueron pedidas con fuerza por el tendido, y ahí Matías tiene poco que decir. Ese no es su papel. Cortó una oreja Ponce al flojo abreplaza, en una faena de toques suaves, gusto torero y sabor añejo en dos cambios de mano sensacionales. El médico diagnosticó anemia, porque de fuerza no iba sobrado Repique, y Ponce aplicó mano alta y templada, justa exigencia reñida con escasa transmisión. Al parecer, hubo suficiente para que una estocada tendida no parara el pañuelo de Matías. Embistió el cuarto probando, a la defensiva, como sabiendo que tras el trapo había un valenciano con experiencia disimulada. Aplicó Ponce en esta ocasión actitud novilleril para alargar excesivamente una faena que se saldó con una cariñosa ovación. Hasta el año que viene.

Al segundo cortó Julián una oreja de peso incomparable con el que tuvo la que arrancó al quinto. Fogoso aceptó con prontitud un inicio de faena excelso de Juli, que sorprendió con tres predresianas (cada cual más ajustada) y un desdén que culminó la tanda. Y hecho eso lo de siempre, vulgaridad, aires de deportista, despatarramiento y muletazos largos -que no profundos-, siempre desde lejos, siempre hacia fuera. Lo cojo aquí y lo llevo a Almería, que además está de fiestas. El final, con el toro rajado buscando tablas, evidenció la necesidad del madrileño de matar ganaderías bravas de verdad. Puede y lo sabe. Pero ni quiere ni lo necesita.

Pasó más desapercibido Perera. Quizás porque no cortó ninguna oreja en tarde triunfalista, prueba esclarecedora de su mala temporada que ni un leve repunte puede ya salvar. Pidió tiempos el descompuesto quinto. No tuvo malas ideas, pero sí una cabeza prodigiosa, y nunca se despistó. Anduvo Perera a medias, firme una vez, dubitativo la siguiente. Y en esas se acabó el fondo de Halagado y tocó coger el estoque.

Cerró plaza un toro parado que apuntó a enfermo. Juntaba manos y patas mientras esperaba la muerte en manos de Perera, como si el estoque no fuera necesario y el infierno de los toros malos fuera cuestión de tiempo. Permitió, como momento más destacable, unas suaves y templadas chicuelinas de Perera, que nada tuvieron que ver con los latigazos de Julián al abreplaza. En la muleta claudicó pronto y soportó los arrimones de un Perera que quiso rizar el rizo. Parado el toro a mitad de viaje, trató el extremeño de torear desde un lado apoyado en el lomo del astado, pretendiendo que se volviera por el lado contrario. Toreando, pero escondido tras la cara del toro. Como los cobardes.

Seis toros de Garcigrande.
Enrique Ponce (azul turquesa y oro): Oreja y ovación.
El Juli (grana y oro): Oreja y oreja con fuerte petición.

Miguel Ángel Perera (chenel y oro): Ovación y ovación.

Oasis envenenado en desierto de bostezos

En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Y aunque no alcance a ver tanto como desearía, se esmera en hacerlo. Hoy reinó Manzanares con muy poco toreo, algo de cabeza y mucha actitud. Más, desde luego, que sus monótonos compañeros de cartel, cuyas actuaciones reflejaron meras prolongaciones de insípidas etapas.
Sorteó José María el mejor del lamentable encierro de Juan Pedro. Fue el sexto un toro con fuerza escasa que, no obstante, sirvió al menos para mantenerlo en el ruedo. Galardón se quiso mover con buen tranco y buenas intenciones. Apabullante su nobleza, nula su casta. Transmisión inexistente que tuvo que poner el matador alicantino, acertado en tiempos, terrenos y distancias. Dio al manso pausas necesarias en los medios del oscuro ruedo. Y le dejó, por encima de eso, camino para coger impulso, para llegar a la muleta con la inercia de la pronta arrancada, y que ésta supliera la ausencia de empuje, de riñones en la embestida. Y hecho esto, falló en todo Manzanares, para torear despegado, aliviado y mentiroso. Pico y hacia fuera. Culmen del más fraudulento toreo. El toreo de la no exposición, del no temple basado en el no valor. Envenenó un oasis en el aburrido desierto; campo de bostezos.
No hubo más que trámite, hartazgo y bronca. Trámite en cinco toros iguales por inválidos, descastados, vacíos de todo, llenos de nada. Toros que quitan la ilusión de volver, que roban la afición al más adicto.
Fueron protestados y abucheados. Apuntó la bronca a ambos lados, pero se equivocó en uno. Culpó el tendido al ganadero por la invalidez del asqueroso sexteto y a los matadores por sus faenas sin ganas. El público quedó desahogado con pitos a banalidades. El opio del pueblo.
Se sentó a mi lado un aficionado de carteles de postín, de los que visita la plaza muy de vez en cuando atraído por un cartel a priori excepcional. Mi amigo no era de camisa por dentro, cinturón con banderita, americana y zapatos horteras, no; él prefería sus cómodas chanclas, las bermudas con bolsillos más prácticas jamás inventadas y una camiseta sin mangas como antídoto al calor.
Él desmenuzó la tarde sin saberlo. Su escasa cultura taurina lo reprimió, pero sus comentarios dejaron mal parado a cualquiera. Empezó su recital reclamando la remodelación de una plaza mal indicada. Reclamación en vano, como siempre ocurre en esta dictadura disfrazada de afición. Abreplaza en el ruedo, no comprendió que Matías no sacara a pasear el pañuelo verde. Cómo va a cortar Ponce las orejas, pensó. Y claro, acertó, porque Ponce, tras trasteo tan magistral como largo y sin emoción, escuchó un aviso antes de fallar con la espada.
Siguió aprendiendo con el inválido segundo. Habló de un Morante con aires de Chiquito de la Calzada y falto de actitud. Así fue. Se fumó un cigarro y pidió un gintonic calentando motores para su comentario estelar, que llegó en el segundo tercio del tercero. Se preguntó mi ya buen amigo por qué salen los caballos, si no parecen cambiar las embestidas tan almibaradas de una ganadería en busca de una bravura mal entendida. Y realmente no mereció la pena perder tiempo paseando equinos ante otro inválido como fue el tercero, al que Manzanares no pudo más que pasaportar con un pinchazo y una estocada efectiva.
Tras un cuarto toro sin opción cuya devolución fue fuertemente exigida y tajantemente denegada, mi amigo manifestó su supino aburrimiento de una manera algo menos elegante. Fue durante el quinto, que habría intentado embestir de no toparse con el matador más antipático del escalafón superior. Todo fueron excusas, como llevan siéndolo desde que en Marzo empezara la temporada. Cobrar, cobró. Y sólo le quedaba a mi colega, viendo al menos disposición ante el sexto, calificar a Manzanares como el mejor de los tres; a su criterio, sobradamente por encima de Ponce y de Chiquito.
Se cayeron los toros y Juan Pedro fue declarado culpable. Pero él no los eligió; quien lo hizo sabía dónde estaba.

Seis toros de Juan Pedro Domecq para:
Enrique Ponce (gris perla y oro): Ovación tras aviso y silencio.
Morante de la Puebla (nazareno y oro): Bronca y bronca.

Manzanares (negro y azabache): Silencio y oreja.

Entrevista a José Garrido

José Garrido ilusiona a los aficionados. El poder en su muleta, la torería en sus andares y el arte que derrochan sus ceñidos muletazos hacen pensar que el futuro puede residir en él. José no se descentra. Mantiene la cabeza en sus próximos compromisos, con la inteligencia y la madurez propias de un joven torero con una destacable trayectoria.
Garrido me atiende antes de marchar al campo. De coger el coche y huir de sus miedos. Del miedo que le produce el compromiso de Bilbao, el toro que sale allí y el posible fracaso en Vista Alegre. Sabe de la importancia de una buena mentalización, de la necesidad de una preparación psicológica fuerte. Y se reúne consigo mismo en el campo para preparar lo que califica "un puerto de montaña".
Se acerca Bilbao... ¿Con qué mentalidad llegas a Bilbao, sabiendo el sabor que dejaste el año pasado en la ciudad?
Sobre todo como una fecha que para mí es un puerto de montaña en la temporada, por lo que significa Bilbao y hacer el paseíllo en su plaza. Ya lo he hecho como novillero, y quiero que mi presentación como matador de toros sea algo grandioso.
En estos compromisos importantes, ¿qué temes más, el toro o el fracaso?
Al toro siempre se le tiene respeto y ese cierto miedo porque te coge el toro y... Pero ahora mismo, con las ideas que tengo, dado el sitio en el que me quiero posicionar, le tengo bastante más miedo al fracaso que al toro.
¿Qué sería fracasar en Bilbao?
Te diría lo que sería triunfar. Triunfar sería hacer realidad todos los sueños que llevo teniendo desde el día en que me anuncié hasta ahora, e incluso me gustaría superarlos.
¿Se te agolpan los recuerdos de la mañana del año pasado?
Claro, eso siempre estará presente. Cada vez que piense en Bilbao, esa mañana estará en mi cabeza. Pero ahora va a salir el toro, y ya en ese escalafón superior que te exige más compromiso aún que de novillero.
¿Piensas que después de esa encerrona habrías merecido otra tarde en Bilbao?
Hombre... Dos tardes en Bilbao son palabras mayores. Yo estoy agradecido por esa tarde en la que estoy anunciado. Ojalá en algún momento de mi carrera me vea anunciado dos tardes en Bilbao. Para mí será de las cosas más grandes que me puedan pasar.
Esta temporada te ha costado bastante entrar en los carteles. ¿Por qué crees que ha sido tan difícil conseguirlo?
Esos primeros meses, cuando están empezando las ferias y todavía no están despuntando toreros en las principales ferias, es costoso entrar porque las ferias están muy reducidas y muchos toreros merecen esos puestos. Es complicado hacerse hueco en los carteles, y para entrar en ferias de relumbrón todavía más. El principio de temporada ha sido bueno y voy a tener una temporada muy bonita. Ojalá sea redonda.
En una entrevista reciente afirmaste que "eso de que si triunfas toreas es mentira". ¿De quién es la culpa?
No sé de quién será la culpa concretamente. Es cierto que si charlas con toreros de épocas pasadas decían que un triunfo valía mucho más que ahora. Pero esto está así y hay que aprovecharlo tal y como está.
Vienes de triunfar en Gijón con una corrida de Adolfo Martín. Va a ser mentira eso de que el encaste minoritario es minoritario porque no embiste.
Adolfo Martín es una ganadería que me ha proporcionado un triunfo, Zalduendo otra... Tipos de toros diferentes pero que embisten. Me da igual matar un encaste que otro, siempre que den opciones de triunfar. Las ganaderías con las que me he anunciado eran aptas para ello.
Los toreros que más arriba están en el escalafón no parecen apostar por la variedad de encastes. ¿Crees que deberían abrir el cartel de ganaderías?
Tampoco lo veo así, porque Miguel Ángel Perera es figurón del toreo y toreamos juntos en Gijón la de Adolfo. Talavante el otro día echó un toro de La Quinta. Quizá no están en todas las ferias anunciados, pero también entran otros toreros. Cada uno tiene unas ideas y una filosofía, pero depende de la persona más que del hecho de ser figura del toreo.
¿Puede la afición contar con el compromiso de José Garrido para matar toros de distintos encastes aun si algún día se consagrara como figura del toreo?
De hecho, uno de los toros que más a gusto he toreado este año ha sido uno de Adolfo Martín en Gijón, así que por supuesto que estaría en corridas de distintos encastes.
¿Crees que habría que rebajar la pureza, permitiendo afeitado de pitones o suprimiendo la muerte, para garantizar un futuro a la fiesta?
Hombre, lo de arreglar los pitones por supuesto que no, porque esas son las defensas, el arma del toro. Es como si la espada tuviese una goma delante. No, profundamente no. En cuanto a suprimir la muerte del toro, en ese caso, tendría que salir con fundas o sin pitones, ¿no?, porque no vamos a dejar que pueda darse la muerte del torero. La emoción del espectáculo es un enfrentamiento entre el toro y el torero. Quitando la muerte la fiesta perdería todo el embrujo, el encanto. Es el final de una obra, y la obra se finaliza cuando el autor firma. Si un torero no firma la muerte de un toro queda la obra inacabada.
Rota la relación profesional con Antonio Ferrera, ¿qué te aporta personalmente el Tato?
Principalmente, él tiene ilusión y ganas de trabajar, porque sin ellas no se mueve uno de su casa. En segundo lugar, tiene confianza en nosotros y ganas de llevar hacia delante un proyecto que él ha empezado. En lo que me respecta a mí, entre nosotros hay unión y compartimos ganas de llegar muy lejos.
Has dicho muchas veces que al ser apoderado por el Tato eres independiente. ¿Significa eso que estáis fuera del sistema?
No podemos estar fuera del sistema porque no estaríamos aquí. En lo que respecta a si Raúl está unido a alguna empresa, no, porque no lleva ninguna plaza ni trabaja a nivel empresarial. Solamente se dedica al apoderamiento de dos toreros.
Has hablado muchas veces de la inspiración de Paco Ojeda y Manzanares. ¿Qué aporta a tu tauromaquia cada uno de ellos?
No sabría decirlo en bases técnicas, pero son los primeros toreros a los que viendo en vídeo me llenaron y emocionaron de una manera en que no lo había hecho ningún torero.
¿Te quedarías con el estoque de Paco Ojeda y la estética de Manzanares?
Me quedaría con el embroque y el empaque de Ojeda y la personalidad, la gracia y el duende de Manzanares.
Y en esa síntesis, ¿qué quiere aportar Garrido?
Ante todo mi personalidad, que es lo que más marca a un torero. Quiero calar en el aficionado y que se pueda emocionar de la manera en que todos los toreros buscamos.
Desgraciadamente la política es un tema de actualidad, porque estamos acosados por nuevas fuerzas que arremeten contra la tauromaquia. ¿Qué te dice este ataque?
Es un tema meramente político, porque estoy seguro de que ninguna de las personas que atacan el mundo del toro han sido capaces de coger el coche, ir a una ganadería y ver realmente cómo vive el toro bravo, los cuidados que tiene y la manera en que se le trata. Creo que es algo hipócrita por su parte. Ellos sabrán su mentalidad, pero la prohibición es lo último por salvar al toro bravo.
¿Cuándo llegará la reacción definitiva del sector?
Creo que ya ha llegado. Dada la continuidad de los ataques al mundo del toro, nos estamos movilizando, cada vez son más las precauciones y nos afectan cada vez menos por las medidas tomadas. Es un proceso lento y cada uno sabrá llevarlo a su manera.
¿La tauromaquia es de derechas?
La tauromaquia es de todos. Los habrá de derechas a los que les guste; los habrá de izquierdas a los que les guste. Pero ahora mismo interesa atacarla para posicionarse donde ellos quieren. El ataque más fácil y a priori más a corto plazo es la tauromaquia, pero se van a dar cuenta de que están equivocados, de que hace falta mucho más para poder con el mundo del toro.
Parece que ser antitaurino es una moda.

Siempre los ha habido, pero ahora parece que se han venido más arriba de la cuenta. Todo irá a su sitio.

El rodillo de Perú

Amenazó lluvia en Bilbao. Pareció acercarse una tormenta de verano. El cielo se oscureció, las masas miraron al cielo y despertó en Vista Alegre el murmullo de las tardes en las que cualquier distracción se convierte en el foco de atención. Estaba en el ruedo el tercero, huyendo de capotes, mostrándose abanto, reconociendo tendidos y husmeando tablas. Pocos prestaron atención al liviano tercio de varas, con rasponazos por puyazos. Algunos vieron el quite de Posada, que quiso acordarse de Chicuelo, y la réplica de Roca Rey con tafalleras ajustadas.

Pero resultó que no llovió. No llegó esa tormenta arrasadora y ligeras gotas dieron paso a más nubes que claros. A Andrés Roca Rey no le gustó, y decidió que, si no lo hacía la lluvia, él arrasaría en Bilbao. Activó su función rodillo y pasó por encima de las inclemencias del tiempo en forma de viento racheado, de sus compañeros de cartel y de novillos a menos. Encendió el piloto automático de figura consagrada recién mayor de edad, figura novilleril quizá, pero figura en cualquier caso.

El viento agitaba la muleta mientras Roca Rey quería recibir al tercero por estatuarios. No le importó. Procedió con éxito y se puso a torear. Hubo transmisión en las rebrincadas embestidas de Minera. Las entendió el peruano tras dos tandas, y toreó pasándose al del Parralejo por la faja, a una distancia no vista hasta ese momento. Cuando se afligió el novillo, se echó encima Roca Rey (quizá demasiado) y mostró su enorme poder. Cantó la gallina el oponente tras fracasar en su intento de prender al torero por el resabiado y mirón pitón izquierdo. Manoletinas ajustadas y una estocada ligeramente caída valieron una oreja importante.

Pero no le valió. Toda la temporada abriendo las Puertas Grandes de la península y de más allá no son suficiente para el joven, y buscó en el aleonado cierraplaza el doblete que afianzara el éxito. Fue épico el inicio de faena, con tres pedresianas ajustadísimas y un desdén memorable, que levantaron de su asiento a aficionados entusiasmados. A la estruendosa ovación siguieron dos tandas de derechazos profundos y de mano baja. Respondió el novillo con embestidas humilladas y encastadas, con transmisión, hasta que quiso venirse a menos. Dijo Andy que nanay, que Bilbao es un puerto de montaña y en el Botxo hay que abrir la Puerta Grande, como si hace falta usar cadenas y luces antiniebla. Se volcó sobre Jupio para hacerle saber quién estaba delante, y lo pasaportó con un sartenazo en la misma cruz al que siguió una fuerte petición de dos orejas. Matías, al tratarse de un novillero y viendo generosa petición, terminó por sacar dos excesivos pañuelos, justificables eso sí por la actitud de un joven que pide sitio.

El cuarto fue otra película. Un primer tercio sin sostenerse en pie dio lugar a escasas protestas de un tendido conformista, que olvidó su compromiso con Bilbao, la necesidad de pedir el cambio de inválidos. Pero resultó no serlo, se animó lo justo en banderillas y llegó a la muleta con la nobleza enclasada del típico toro de nuestro siglo. Lo toreó con gusto pero sin valor Posada, abundando derechazos periféricos y medios muletazos que el almibarado Pardillo no quiso convertir en muletazos enteros. Algo de vulgaridad no fue inconveniente para que, previa estocada en todo lo alto, Bilbao pidiera una oreja a la postre concedida y aplaudiera el arrastre de un flojo desfondado. El abreplaza, Jandilla al igual que el tercero por remiendo de cinco toros lisiados, soltó la cara sin malas intenciones pero incomodó a una versión templada de Posada, que abusó no obstante del toreo de abajo a arriba, cuando de todos es sabido que el inverso es el correcto. Recogió una ovación alentadora de una plaza especialmente cariñosa.

Salió muy mal parado de la tarde Jonathan Varea. Se derrumbó tras la corrida sabedor de su petardo, de su mala actuación ante regulares parralejos. El serio segundo, auténtico toro de lidia en tantas y tantas plazas, peleó bien en el caballo que montó “Puchano”. Molestó el viento que traería lluvia, esa lluvia que no satisfizo a Roca Rey. Quizás el viento que molestó a Varea fue un presagio de lo incómodo que fue compartir cartel con el peruano. Hubo enganchones en los albores de la faena, conformada a base de derechazos desde la lejanía. Y de ahí pasó el castellonense a infundados arrimones que ahogaron al novillo, lo oprimieron y lo transformaron en un bronco ejemplar de El Parralejo que se fue al corral con quince embestidas dentro.

Estuvo listo Varea brindando el quinto a Fortes, como también lo estuvo acompañando hasta la puerta correspondiente a los picadores bajo órdenes de Posada. Tras esto volvió a pecar de encimista, y acosó a un novillo que pidió distancia media y protestó en la corta para manifestarlo. Enganchones e imprecisión con los hierros concluyeron su justificada pero decepcionante presencia en Bilbao. Temporada para olvidar.



Bilbao. Cuatro novillos de El Parralejo y dos de Jandilla (1ro y 3ro): primero cerrado de sienes; segundo bajo, bien hecho; tercero abierto de pitones; cuarto astifino, cuajado; quinto cuesta arriba; sexto aleonado, gordo.
Posada de Maravillas (nazareno y oro): Ovación con saludos y oreja tras aviso.
Varea (azul marino y oro): Ovación y ovación tras aviso. 

Roca Rey (grana y oro): Oreja y dos orejas tras aviso.

martes, agosto 18, 2015

Visita a un museo silencioso

Llueve en Bilbao y llueve, llueve, llueve. Así empieza el soberbio poema de Blas de Otero "1923", un soneto repleto de sentimiento, de nostalgia del pasado, de una niñez que se esfumó. Cuatro estrofas de recuerdos ingratos que sólo la lluvia típicamente bilbaína despierta.

Y, en efecto, llueve en Bilbao. Llueve en abundancia, con constancia y cadencia, suavemente. Llueve según dejo atrás la Alhóndiga y recorro la Alameda Recalde hacia la plaza de toros. En Vista Alegre espera, cálidamente iluminado, un casi escondido museo taurino.

Tan escondido está que es necesario preguntar por él en la taquilla de la plaza. Dos o tres personas retiran sus abonos de cara a la Semana más Grande del año. El personal me abre el portón por el que entran y salen los toreros, serios y amedrentados primero; satisfechos o derrumbados después. Paraguas cerrado y escaleras arriba, bajo los silenciosos tendidos. Podrían ser sepulcros, a juzgar por el silencio. El silencio sempiterno de una plaza que aguarda.

Y, al fin, el museo. Una ligera curva repleta de letra y objetos históricos. Algo más de cincuenta metros, quizá sesenta o setenta. Museo acogedor y silencioso, bien iluminado pero sobre todo preciso. La información es objetiva, rigurosa y está bien redactada. Parece contradictorio que esto pueda sorprender, pero uno se encuentra salas pobres y decadentes en demasiados lugares de la geografía española.
La organización es fácil. Según avanzo, encuentro amplios murales a mano izquierda y objetos representativos de cada época a la derecha. El orden es cronológico: antecedentes, época Ilustrada y romántica, final de siglo XIX, etapa de Guerrita, Edad de Oro de la tauromaquia, Edad de Plata, Manolete y sus años 40, los cincuenta y, por último, los sesenta de El Cordobés. Ocho murales acompañados por trajes de Niño de la Capea, Luis Miguel Dominguín, Antoñete o Antonio Ordóñez entre otros.

Reposa, aproximadamente a mitad de camino, un viejo habitante de Zahariche. Ofendido, de Eduardo Miura, nacido en Febrero de 1990 y llegado a Bilbao a la edad de cinco años contando con 602 kilos. La desgracia se apuntó al viaje y el imponente toro se rompió un pitón, quedando para siempre en el Botxo, asustando a los visitantes con su incuestionable trapío, obligando a mirar de reojo por si se arranca una fiera que murió hace 20 años. Su mirada es seria y grave. Es badanudo, astifino -aunque a buen seguro lo fue más- y rematado. El cuajo se aprecia en la culata.

Preside un museo que merece la pena. Visto en veinte minutos por un precio irrisorio, fotografiado con total libertad, recorrido sin molestos niños gritones o domingueros con chancletas. De eso no hay. Allí dentro todo es respeto, admiración, culto al pasado, a la tradición taurina y enfáticamente torista de Bilbao. Abre mañana y tarde. Lo mínimo es pasarse.

Medio Victorino

Vino a decir Victorino que no, que toda una feria no puede basarse en la denostada nobleza, la exagerada toreabilidad y los generosos premios. Que en San Sebastián, como en cualquier plaza, es necesario un toque torista, de pureza, de integridad, de lucha cuerpo a cuerpo, porque ese es, y no el arte por el arte, el sustento de la fiesta. Que la fiesta de los toros la paga el pueblo y pertenece al pueblo, y él, sobre todo en el norte, quiere emoción, riesgo, poder en los toros y valor en los toreros.

Y cerró Victorino una superflua feria en San Sebastián con una corrida de toros mala pero difícil. Corrida de toros difícil, que si bien debería ser un simple epíteto, se ha convertido hoy en un evento que sucede muy de vez en cuando. Puso Victorinín, que representó hoy a la legendaria ganadería, la nota discordante de una feria plana y fútil. Emotiva, sí; reivindicativa y representativa, también; pero aburrida.

Fue el abreplaza el mejor toro de la corrida. Dejó un sabor agridulce por su injusta muerte, a base de imprecisiones varias con la espada en forma de pinchazos. Empujó con bravura el peto de Óscar Bernal y se movió con alegría y prontitud en los tres pares de banderillas. También aprovechó para aprender la lección y recortar ya en el tercero, claro, porque no todo el monte es orégano y Victorino es Victorino. Que uno tiene un prestigio y el cárdeno no podía menos que sostenerlo. Urdiales lo recibió con la templanza justa de quien conoce la escasa fortaleza de la materia prima con la que trabaja. Se dobló con el toro, pero no le apretó en exceso, no fuera que perdiera las manos. Y de ahí a los medios, a torear, que el tiempo corre. Derechazos profundos, sueltos –no ligados- pero con fondo, con sentimiento, con el clasicismo y la ortodoxia característicos de riojano. La tercera serie por el derecho fue la más completa, y sin embargo los olés no tuvieron el eco de la cuarta, ya al natural, con esa mano izquierda lenta, suave, esa muleta rozando la arena y despertando la pasión de algunos, la emoción de otros. Pero aquello no fue a más, porque no se confió Diego con el mirón, que además tuvo su punto de resabiado y buscón por momentos. Pareció que habíamos recuperado a quien en 2014 levantó plazas y despertó fotógrafos. Volvimos a ver al torero con el encaste que mejor entiende, el albaserrada, y no ese Domecq o ese Núñez repetidor al que no templa y manda. Todo quedó en sentida ovación.

También el segundo mantuvo el interés del respetable: aunque menos bravo que el primero, fue un toro encastado, con poder y pies, que exigió mano baja y confianza, además de dos o tres metros, porque el encimismo de Morenito de Aranda no le gustó un pelo y protestó. No supo ver el burgalés que debía perder pasos entre pase y pase, recuperar la distancia que ofrecía al inicio de las tandas, o pegar cada pase de uno en uno, porque en la ligazón soltaba la cara Murrieto como diciendo quita de aquí que te pego un cornalón. Siguió al segundo un cárdeno oscuro muy mirón, listo y pillo como él solo, de los que levantaban la mano en clase y respondían la duda del profesor. También fue bravo, como picador y banderilleros pueden atestiguar. Metió riñones en el jaco y apretó ante la amenaza de las avivadoras. El inicio de faena de Paco Ureña fue tan contraproducente que cuatro mantazos orientaron al bicho; de ahí en adelante, el pitón izquierdo fue el de una alimaña y el derecho, aun con cierta nobleza, amagó dos o tres cornadas que sólo la firmeza y el arrojo del murciano lograron vacilar. Tiró del toro Ureña, pisó un terreno peligroso y expuso sus muslos a una cornada que parecía segura, para salir indemne con resolución y sangre fría. La apasionante lucha solamente fue entorpecida por una inoportuna música que jamás debió sonar (y así lo expresó la plaza). Terminó pecando de encimista ante la posibilidad de que se rajara el oponente.

Y a partir de ahí, muy a menos. Se desinfló Victorino y cargó con las culpas el hijo, a quien un amable señor del tendido alto le recordó tras cada toro lo malo que había sido el anterior. Vaya mierda, Victorino, y esas cosas. El cuarto fue el peor, por su flojera en el primer tercio y las broncas embestidas, topando en lugar de embistiendo. Urdiales agobió al descompuesto y acentuó su falta de clase. Lo intentó Morenito ante el quinto, geniudo descastado, que también topó e incluso repuso, se volvió sobre las manos para buscar los tobillos de quien mostró firmeza pero justo bagaje. Se pareció el sexto, pero tuvo el cierraplaza la virtud de salir por arriba, abandonando la jurisdicción de Ureña y permitiéndole al menos salir de la cara del toro, evitar la cornada tonta. El mérito del murciano fue echar la moneda al aire y arrimarse, mostrarse dispuesto, con ganas, con valor y buen concepto. Aun sabiendo que la cosa no iba de orejas, no le importó, porque qué leches, fue triunfador en San Fermín y aquí hay que jugarse el pellejo todos los días. Y lo cumplió a la perfección.

jueves, agosto 13, 2015

Sabios, firmes y libres

Y volvió la libertad tras cuatro años de tiranía despótica. La pseudo-prohibición llegó a su fin y regresó la fiesta de los toros con su arte, con su emoción, con su intriga, con sus únicos valores, con sus sanas disputas, con su habitual polémica. Volvieron los toros a Illumbe con partidarios y detractores, como siempre ha ocurrido, pero con una tremenda fuerza por parte de los primeros. Lo vio la televisión estatal, cansada ya de dar la espalda a la tauromaquia, obligada a satisfacer así a millones de aficionados que hoy se tornaron en televidentes. Los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos vieron los toros en La 1, como antaño. Y se fomentó la denostada afición a la que Lorca juzgó la fiesta más culta del mundo.

Se acudió masivamente a la plaza y se vitoreó el habitual eslogan durante el paseíllo: Sí a los toros. Se ovacionó a los toreros; unos de oro, otros de plata y otros de azabache. A quienes renunciaron a derechos televisivos para que toda España sintonizara La 1 a las seis de la tarde. Se apoyó el derecho a la libertad, a disfrutar de un arte efímero y sin igual, a emocionarse con el poder de una fiera, con el valor de un héroe.

Y con las gentes emocionadas, cuando el regreso de los toros a San Sebastián se había hecho al fin una realidad, salió el primer Torrestrella. Venía de una ganadería sin igual, única en sangre, pero no fue Soleado una gran prueba de ello. Su comportamiento fue el de un toro muy justo de fuerza que se enfrentó al matador más apropiado para la ocasión, don Enrique Ponce, maestro indiscutible. Hoy vimos las dos facetas del valenciano: su lado más académico, el de un médico con amplia experiencia, que cuida a sus pacientes y sólo les exige esfuerzos llegado el final de su vida, y el de un intelectual taurómaca, un sublime entendedor de sus oponentes. La sapiencia en tiempos y distancias ante el abreplaza valieron una ovación. Ante el cuarto, tanta inteligencia provocó riña con el necesario peligro, y la emoción salió tan mal parada de la disputa entre la razón y el sentimiento que la faena fue fría. En el pico, los excesivos alivios y la enorme muleta se apoyó el de Chiva para encumbrarse en un alto metafórico que pocos toros logran alcanzar -sólo aquellos con inusual fondo-. Se fue Cumplidor al corral con una oreja puesta, y paseó la otra Ponce tras generoso premio dada la noble movilidad de su antagonista.

La irreprochable actitud de Manzanares ante su primero sí sembró las semillas de la emoción, y de todos es sabido que de aquellas florecen ovaciones sentidas. Recibió una del estilo como recompensa a su firmeza frente al segundo torrestrella de la tarde. Ajustó las plantas y pisó terreno peligroso, recibiendo dos volteretas que pusieron al toro la corona de Rey. Mandó en el ruedo Barbacana porque nunca se le exigió. No vio en el torero esa mano baja que necesitó, y se vino arriba sacando un fondo inesperado. Corrió un velo y olvidó su pobre pelea en varas. De ese tercio solamente se acordó del insuficiente castigo, y lo hizo para sentirse más vivo de lo debido y poner a cada uno en su sitio. Un espadazo nada sorprendente del alicantino lo mandó al desolladero bajo un silencio de sepulcro. El sí sorprendente valor de Manzanares se esfumó en poco menos de una hora, para dejar paso a la tendencia periférica y rectilínea del alicantino. Llegó el clásico empaque, el adorno de la figura recta, firme y estética, de la mano de la vil mentira del pico y el descargue sistemático de la suerte. Nulo al natural, que no precisó ni justificación. Dejadez, pasotismo. Sólo hubo uno mal dado que sirvió para violentar al toro y tomar la excusa fácil. Culpas al bicho y adiós muy buenas.

No hizo falta convencer a López Simón de que necesitaba salir a por todas. Que Madrid y Pamplona son plazas importantes, pero los contratos deben ganarse día a día con actuaciones en el ruedo, aunque ciertos empresarios -como los vecinos de San Sebastián- no se quieran enterar. Salió Alberto a comerse el mundo ante el abanto con que se estrenó en Illumbe. Firmeza en estatuarios muy josetomasistas, muleta en la cara, tiempo justo y fin de la huida. Dos tandas después de meterlo en la muleta con inteligencia, el madrileño tuvo que ver cómo Vinatero volvió a tomar el camino de la fuga y perdió soltura. Se apabulló. Tomó la espada con prisa, como si hubieran pasado más de diez minutos desde el primer pase. Mató al encuentro sin pretenderlo y anduvo impreciso con el descabello. La afición, paciente, le tocó las palmas con clara función alentadora. La idea de los estatuarios le gustó y la repitió ante el cerraplaza, quizá equivocado, porque fue el sexto un toro que pidió distancia, sitio, mano a media altura, exigencia justa, acompañamiento más que mando. Tampoco fue la tonta del bote, pero sí fue manso como un buey, y cantó la gallina para retirarse pacientemente hacia las tablas, donde murió tras dos pinchazos y un espadazo. Ya había cumplido su función: la de permitir a López Simón arrimarse, pisar un terreno de vértigo, plantar los pies y decir aquí estoy yo. Murió el sexto y cerró una tarde de libertad. De regreso de una libertad vilmente robada y afortunadamente recuperada.

Seis toros de Torrestrella, en líneas generales armónicos, bien presentados, sin exageraciones:
Enrique Ponce (azul turquesa y oro): Ovación y oreja tras aviso.
Manzanares (negro y azabache): Ovación y silencio.

López Simón (azul marino y oro): Ovación y ovación.

Un resfriado

Me acerqué un día cualquiera a un establecimiento de la Federación Nacional de Compras de los Ejecutivos (Fnac, por sus siglas en francés). Subí las escaleras mecánicas hasta el segundo piso, dedicado en exclusiva a la lectura. Miles de libros apilados en estanterías; eso sí, bien ordenados: por aquí literatura hispanoamericana, por allá novela negra, esto de aquí dedicado a la filosofía y cerca, casi al lado, las novedades. Y yo busqué, a sabiendas de ser un bicho raro, tauromaquia. Nada de nada. ¿Qué es la tauromaquia?, pensé. Inabarcable pregunta para hacerse en tan extraña situación. Tanto como que Francis Wolff pudo redactar para responderla todo un excelso prólogo que ponía a discutirlo a Sócrates y allegados. Lo primero que se me ocurrió fue que, al menos a ojos del común de los mortales, la tauromaquia es arte.

Pero no, en 'Arte' no había absolutamente nada, así que para no perder el tiempo pregunté. La señorita que me atendió amablemente mostró su estupefacción por encontrarse ante un joven interesado en la tauromaquia (o quizá se asustó por el mero hecho de ser joven y lector). Me llevó a la sección de deportes, como si una corrida de toros fuese un partido de fútbol en el que el balón está vivo y el césped es sustituido por arena. Supuse que el buen hombre que en su día decidió la correcta ordenación jamás habrá pisado una plaza de toros. En cualquier caso, ya en 'Deportes', me miró la chica con cara de disculpa y aseguró haber visto más libros en otra ocasión. Cuatro libros había, cuatro. Cuatro de los miles de libros de la Fnac, una multinacional francesa (luego en su origen hay toros), trataban sobre tauromaquia. Eran dos ediciones del magistral "Juan Belmonte: Matador de toros" que cualquier aficionado que se precie ha leído ya, el libro "El corazón de los caballos" del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y un ejemplar de "Entre Marte y Venus", un completísimo libro de Domingo Delgado de la Cámara que, para más inri, me llevé yo.

Y la desilusión me llevó a comprobar más cerca que nunca que la sociedad da la espalda a la tauromaquia. Que el segundo espectáculo de masas de España, a pesar de serlo, va siendo olvidado progresivamente para quedar en un desolador segundo plano. Y odié por un instante la globalización, que ha arremetido contra nuestro pasado para instalar un presente efímero que mira a un futuro irreal. Un futuro que en nuestra fiesta es cada día más complicado, atacada como está desde fuera y desde dentro. Un futuro negro afeado por políticos de poca monta que, creyéndose con autoridad moral para hacerlo, evitan la celebración de espectáculos tauromáquicos. Olvidan que Caesar Non Est Supra Grammaticos, que igual que el César romano no tenía por ser Emperador derecho a mandar sobre los gramáticos, ser alcaldes no otorga a estos personajes autoridad para prohibir cuanto les venga en gana. Su poder no les da supremacía moral como a Caesar no le convertía en sabio académico. Y mientras reflexionaba sobre este principio del que en su día se valió Kant, caí en lo grande que les viene a susodichos alcaldes.


Sentí desazón, porque no hay nada más satisfactorio que leer sobre gustos y aficiones. Y puedo asegurar que los aficionados a los toros son habitualmente gente instruida que sabe porque ha visto y leído. Literatura taurina existe; de hecho, es amplísima. Tantos y tantos autores han escrito sobre toros que no habría espacio para mencionarlos, pero su extensa obra merece ser leída incluso por quienes en un principio no se encuentren particularmente atraídos. Claro que, para eso, la Fnac tendrá que echar un cable. Y mientras las empresas se dejen acoquinar por las falsas amenazas de contados antitaurinos con aires de grandeza, mientras la publicidad de marcas globalizadas y la televisión estatal den la espalda a la tauromaquia, estamos en un charco. Y poco a poco nos estamos resfriando.

miércoles, agosto 05, 2015

Tapón infranqueable

La última moda es que las prometedoras carreras de los novilleros punteros echen el freno de mano y paren bruscamente su ascensión en soltura y sabiduría. Tomada la alternativa, entrar en carteles se convierte en una lucha inexplicablemente injusta, porque no da las oportunidades a quienes las ganaron en el ruedo. Se trata de una lucha contra las figuras, porque éstas cierran los carteles y se aíslan, protegidas por un sistema que las encumbra. Eligen a dedo compañeros de cartel que, ya sea por su tirón propiamente taurino (Finito de Córdoba), heroico (Padilla) o social (Francisco Rivera), llevan público a las plazas, y consiguen así evitar el esperpéntico ridículo que significaría evidenciar que ninguna figura llena por sí sola. Excluimos, como es lógico, a José Tomás, porque ninguna figura del toreo puede matar seis becerros elegidos a dedo cada año. De una figura se espera mucho más compromiso que el mostrado por el místico de turno.

Es la pescadilla que se muerde la cola. De un lado están los toreros, que no abren los carteles y los repiten con escrupulosa exactitud en todas las ferias; del otro, el público, que no acude. El público mayoritario tiene parte de la culpa, en tanto que es su negación a acudir a los toros si "sólo" torea una figura la que provoca que ésta se cubra las espaldas con compañeros mediáticos o prestigiosos (un prestigio a menudo desmerecido). Claro que, como siempre, el pueblo en su mayoría es ignorante, así que cuesta culparle de algo: más bien urge responsabilizar por la escasa afluencia de público a la prensa, que se encarga de alabar pobres labores de figuras al tiempo que ignora las buenas actuaciones de los jóvenes, y a los empresarios, que no organizan ni -cuando al fin lo han hecho- promocionan las novilladas como es debido, escondiendo así las virtudes de toreros incipientes y llevando la opinión pública hacia el menosprecio (si no el desprecio) de todo cuanto suena a nuevo. Con todo, podemos eximir de culpa al público, porque nuevamente vuelve a ser un rebaño que se deja guiar por la afanosa labor de los nefastos gestores y aún peor vendedores de plazas y carteles.


Un ejemplo: José Garrido. Cuando abrió la Puerta Grande de Vista Alegre, en Agosto de 2014, el público salió impresionado de la plaza. Borracho de toreo. Esperando un eterno semáforo, un veterano aficionado se dirigió a mí: "Yo vi a Ponce de novillero y no he visto nada igual desde entonces. Este chico será figura del toreo". Y ahí está José, en su extremeña casa, viendo a Padilla torear a través de Canal Plus. Esperando su merecida oportunidad, por la que sudó aquella mañana nubosa de Agosto. La que se ganó con la variedad de la encerrona, la sapiencia que mostró ante el manso (aunque extraordinario) sexteto y la calidad con que toreó al quinto, que desorejó tras naturales con ambas manos. Hasta Julio apenas ha toreado. Y se avecina un caso parecido: el del peruano Roca Rey, extremadamente joven pero exageradamente torero. Su valor, su quietud y su firmeza en Valencia le valieron el ofrecimiento de una alternativa en Nimes. Como de costumbre, Simón Casas anduvo avispado y con visión de futuro. Pero Roca Rey tomará la alternativa, fascinará a los nimeños y quizás hasta abra la Puerta Grande. Da igual. Tras eso, si se cumple la costumbre, irá al hotel y tardará en volver a vestirse el traje de luces. Sólo quizás, si no se cumple, Roca llegue al techo que cualquier torero puede alcanzar. Y si media una imposición de los empresarios, es posible que las figuras se vean abocadas a claudicar y ceder. Espero impaciente el momento en que eso ocurra y sus conceptos tan heterodoxos como falsos queden en evidencia ante la clase y la ambición desmedidas de un joven erudito.