Mala, muy mala corrida de Vellosino. Sólo valió un toro, el último. La primera mitad fue sosa, descastada y rajada y el cuarto puso muchas dificultades. Morante hizo bueno al quinto, que se pareció más a los tres primeros que a los otros dos. El sexto se entregó con nobleza y permitió a Perera desarrollar y mostrar su concepto. En cuanto a la presentación, pocos (por no decir ninguno) habrían pasado si el listón hubiese estado donde debería estar en una plaza como Logroño.
José Antonio Morante Camacho está un escalón por encima de todos. No es la primera vez que lo decimos, no, y les puedo asegurar que tampoco será la última, pero hoy volvió a darnos motivos para seguir repitiéndolo. Temple, gusto, torería y valor, cuatro claves fundamentales que un torero debe tener en cuenta cuando coge los trastos y pide permiso al presidente. El segundo de la tarde, muy parado, no dio opciones. Fue el quinto el toro ante el que se vació, relajó las muñecas y se dispuso a torear con un temple escandaloso. Corrió la muleta como servidor no había visto hace tiempo, encajado, como mandan los cánones. Concepto clásico del toreo el del sevillano. El estoconazo fue certero y el toro había perdido las dos orejas antes de caer al suelo.
Un concepto muy diferente del toreo tiene Miguel Ángel Perera, llamenlo "moderno" si quieren. Y a mi me llega menos, me parece más feo, más plástico pero menos puro, mas su dificultad es indiscutible y la calidad con que lo ejecuta Perera más de lo mismo. El extremeño también anduvo muy suelto y templado con el que cerró plaza, si bien es cierto que el toro colaboró más que el inmediatamente anterior. Repitió y se entregó, exigió media distancia y Perera lo entendió a la perfección. En ocasiones retrasó demasiado la pierna y toreó mas estirado de lo que a mí me habría gustado. Se lo sacó todo al toro y se apuntó a la Puerta Grande de Morante con otras dos orejas.
No tuvo suerte Enrique Ponce en el sorteo, y poco pudo hacer ante sus toros. El abreplaza fue un manso, rajado sin casta ni fijeza que no regaló ni una embestida. El cuarto ni se entregó ni humilló, y le faltó un tranco de recorrido. La voluntad de Ponce valió para poco.
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