La tauromaquia ha estado ligada durante toda la historia a la épica, a la heroicidad de quienes se enfrentan a bestias indomables con ese mismo objetivo: el de domarlas, atemperarlas, templarlas, convertirlas en un instrumento artístico. Este arte que llamamos "Mundo del Toro" se basa en lidias o faenas de distinto tipo que el aficionado debe saber apreciar. Porque una faena de veinte naturales soberbios emociona lo mismo que una tarde de valentía y descaro.
Pregúntenselo sino a Rafaelillo, protagonista principal de la tarde de hoy en Mont de Marsan. Duros de patas, poderosos y mirones toros de Miura. Peligrosos, al fin y al cabo. ¿Qué es sino un TORO? Algunos los prefieren domados de salida, como seguro lo prefiere el antitaurino que interrumpió el paseíllo para dejarse ver. Ambos posicionamientos aseguran un futuro complicado (dando por hecho que lo que aseguran es futuro) para la fiesta. Tienen más cosas en común de las que piensan.
A lo que voy. En una plaza de toros de Francia, de cuyo nombre no quiero acordarme, salió un guerrero a jugarse la vida. Entregó su cuerpo a una verdad devaluada, la del arte del valor, que no es otra cosa que un arte. Y ahí salió Rafael Rubio para cruzarse ante el toro, taparle todo lo que pudo y echarle casta al asunto. Cara suelta y embestida defensiva regaló su oponente, nada ante lo que cualquier humano pudiera sacar petróleo. Claro que, aunque de carne y hueso, el torero -como figura artística- tiene algo sobrehumano. Pues si a esto le suman temple, el resultado es la faena al cuarto. Entre derechazo y derechazo intercaló el murciano dos molinetes, resultando volteado en el segundo. Descartada la cornada, tocaba reponerse de la paliza. En cosa de diez segundos y chaquetilla en el callejón volvió a la cara de la segunda bestia del día. Entre la estocada al abreplaza y todo lo que rodeó al cuarto equilibró premio en ambos toros y abrió la Puerta Grande.
A Javier Castaño, por los fallos de su concepto, le conviene el toro de Miura. La actuación ante el tercero fue seria y firme y quedó, al fin, por encima de su cuadrilla. Cualquiera podría pensar que la cambió para ese toro. Pues bien, tocó tragar y Javier tragó, tocó mandar y Javier mandó, tocó valentía y el leonés se envalentonó. La alimaña fue lista, cabrona. Pero murió. Quedaba otro: otra alimaña. Y otro cabrón, muy mirón, siempre con el torero, parado. Resolvió con nota Castaño para redondear una tarde de firmeza y poder. ¿La primera en su temporada? Muy probablemente.
Frío anduvo Fernando Robleño. Podríamos decir que no tuvo oponente, que no lo tuvo, o que sus dos toros fueron los más complicados, que (teniendo en cuenta las complicaciones de toda la corrida) es defendible. Mas aun así, anduvo frío. Firme pero frío. Su segundo no pasó, y cuando lo hizo no humilló; el quinto fue áspero, mirón, el más listo de la corrida. Faenas sobre las piernas y vuelta a España. Hasta la próxima, Francia.
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