Quinta de abono del ciclo de San Isidro, que este año llegará hasta los 31 festejos taurinos. Tarde soleada marcada por un constante viento que incomodó mucho la labor de los espadas. El Cid, Fandiño y Ángel Teruel estoquearon toros del segundo hierro de Juan Pedro Domecq.
A pesar de que a algunos taurinos obsesionados con los "toristas" (así nos llaman ellos) les duela, no tengo problema en calificar de espléndida la corrida que echó Parladé. Seis toros se lidiaron, de los cuales cuatro debieron marchar con al menos una oreja menos. Salvo tercero y sexto todos, en mayor o menor medida, desarrollaron casta y transmisión. A la corrida le faltó en general bravura en el primer tercio, pero se vino arriba con las avivadoras.
Iván Fandiño abrió la Puerta Grande por insistencia, porque ya tocaba. La faena al segundo de la tarde fue a golpes, escasa de temple, pegando tirones que no beneficiaron al toro pero buscando el remate detrás de la cadera, dándole mucha pureza a la faena. También abusó de descargar la suerte en exceso o, simplemente, torear de perfil.
Otra cosa muy distinta fue la faena al quinto. Tras sumar una oreja excesiva en su primero, la ansiada Puerta Grande de Las Ventas era al fin una opción real. Así, se dispuso a torear al natural de manera lenta, templada, armoniosa y profunda a la vez que pura (no hay que confundir profundidad con largura, como hacen muchos toreros de hoy en día). Cuando estos cartuchos estaban gastados cambió de mano y realizó dos tandas de derechazos tras las cuales la faena cayó, aprovechando este momento para agarrar el estoque. ¿Nada más? Pensábamos muchos. Pues cuando parecía que esto ya estaba acabado, cuadró al toro, se colocó en su cara, soltó la muleta y se lanzó sobre los pitones del toro, previo grito de guerra y con la espada por delante. Clavó entera y arriba al mismo tiempo que el toro le encunó y propició una voltereta sin mayores consecuencias. Las indudables orejas se esfumaron por la tardanza del astado en doblar, pero un trofeo le valió para romper su maldición en el coso venteño.
Mala tarde para El Cid. Tras un atisbo de confianza e ilusión en aquella faena al natural en la feria de Octubre, ha vuelto a ser lo que era. El cuarto, su segundo, fue un toro encastado, exigente, de los de antaño. Había que apostar, pegar los pies al piso y echarle la muleta al hocico para después enroscarlo a la cadera. Saber, sabe, pero no quiso o no pudo por falta de confianza. El primero se creció en banderillas y sorprendió al de Salteras, desbordado por la casta y el fondo del astado.
Lote dulce, lote "de figura" podríamos llamarlo, el que le tocó a Ángel Teruel. Tras la confirmación de alternativa de hace unos días, llegaba su segundo festejo del año, número con el que iguala todo lo que toreó en 2013. El tercero fue flojo y no ayudó a que hubiera acople. En el sexto derrochó un concepto clásico en cuatro naturales de verdadero temple y suavidad. Muy relajado, suelto y aseado, de manera muy sorprendente para estar tan nuevo. Sin más contratos en lo que queda de año, toca esperar.
El Cid se va, Teruel llega y Fandiño está.
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