El lucimiento de los toreros. Qué concepto tan extraño cuando se refiere al enfrentamiento entre un héroe y una bestia, ¿no? En torno a dicho concepto gira la tauromaquia del siglo XXI, aquella en la que el toro da igual y la emoción sigue el orden inverso de la esperanza: es lo primero que se pierde. De esta manera se pierden los tipos de faena cuya finalidad es que el matador de toros se sobreponga a su adversario, y queriendo hacer bonita una pelea que por las condiciones del burel no puede ser bonita, se nos va un toro al que calificamos de malo y al que el adorable y taurinísimo equipo de Canal + Toros pide la muerte. Y es que hoy, a diferencia de los días de La Palmosilla, Victoriano del Rio o Jandilla, los medios taurinos no ocultan nada. Hoy no toca tapar.
Acompañó sin mando Sebastian Ritter en su primero, tercero de la tarde, y así lo pagó. Es el ejemplo vivo del párrafo anterior: el preciosismo del toreo, como Guardiola en cuanto al fútbol se refiere. La despaciosidad del toreo y los pases desmayados no siempre valen. A veces hay que adelantar la muleta, ofrecer la panza de la misma y, dando el medio pecho, enroscar al toro en la cadera para después vaciar su embestida por bajo, repito, por bajo. Pero solo a veces eh.
Arrimones meritorios para algunos en el sexto, junto al primero, los únicos dos ejemplares de Gerardo Ortega (de procedencia, adivinen, Domecq, tachááán). El toreo de cercanías, al igual que los recortadores, demuestra valor e incluye a un toro, pero no es toreo ni es nada. Los tiene mejor puestos que muchos toreros este joven de 22 años, pero al igual que Couto, no merecía Madrid. Demasiado verde.
Imagen de Aplausos: Derechazo de Paulita |
Soberbio inicio de faena al cuarto de Paulita. Templados y artísticos doblones del diestro maño, que más allá de esto y pequeños detalles sueltos que dan muestra de su concepto clásico, poco pudo dejar. El primero de la tarde, ejemplar de Gerardo Ortega, no se movió. El cuarto también se paró muy pronto. Aunque no se pegó al piso, se pasó veinte minutos pasando, sin embestir y con poco que rascar. La gracia justa.
La tarde de Morenito de Aranda se puede resumir en una media, de esas que de ser hechas por otro dicen que "para el tiempo" y esas cosas. Lo demás, poco. El segundo lo dejó crudo, crudísimo en el caballo y lo pagó en el tercio de muleta: el toro apretó por dentro, pegando un cabezazo a mitad de viaje y fue imposible pararlo. La superioridad del animal dejó en evidencia a matador y picador, encargado de ahormar la embestida del astado. Previo salto de un, por cierto, cobarde espontáneo al ruedo, el quinto se paró desde el tercio de varas por una desastrosa lidia a la que el toro, andarín, no ayudó.
Detalles buenos y malos en una corrida que no debió ir a Madrid, pero a todos nos alegra ver un encaste distinto en el ciclo Isidril.
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