Ha quedado claro, también, que la justificación y la verdad
tienen fácil solución: emplear el castigo negativo y el refuerzo positivo al
elaborar carteles y evitar el fraude en forma de pitones afeitados o toros
drogados, respectivamente. Pero alcanzar la variedad es más complicado, en
tanto que el aficionado no tiene presencia alguna en los organismos que han de
demandarla. Variedad consiste, en el área que nos atañe, en que todos los
toreros -matadores, banderilleros, picadores- sepan realizar su trabajo ante
todo tipo de encastes y, por extensión, ante todo tipo de toro. Si de todos es
sabido que cada encaste presenta características intrínsecas en cuanto a la
morfología del toro se refiere, debemos entender que también en su
comportamiento radican muchas de las diferencias que hacen que los dividamos en
grandes subgrupos dentro de su raza, esto es, el bos primigenius taurus.
Si la variedad es tan necesaria para disfrutar de la fiesta
y defenderla ante los ataques externos, muchos se preguntarán por qué no
existe, quién la ha hecho desaparecer y por qué nadie ha conseguido revivirla. La respuesta,
aunque suena a tópico en este mundillo de mafiosos con banderitas de taurinos,
está en las figuras, en los matadores que ocupan lo más alto del escalafón, que
ordenan a su antojo la confección de los carteles, los toros que ha de reseñar
la ganadería que ellos mismos han elegido previamente y, lo que es peor, la
salvajada de dinero que ganan cada tarde. Con nombre y apellidos, en orden de
importancia de mayor a menor en las oficinas: Julián López Escobar "El
Juli", José Antonio Morante Camacho "Morante de la Puebla" y
José María Dols Samper o "José Mari Manzanares". A estos tres nombres
podríamos añadir los de Perera y Talavante, figurando claramente en un segundo
plano. Ellos son quienes, como ya se ha explicado, eligen ganaderías a dedo
buscando, evidentemente, el menor número de dificultades posible.
Aunque parezca mentira que el aficionado permita esto, no,
no lo permite, el aficionado se indigna, pero históricamente el espectador ha
sido mayor en número que el aficionado, es decir, el asiduo, y el público
general es hoy fiestero: no busca en los toros motivos intelectuales,
filosóficos o incluso religiosos, no busca aprender y enriquecerse como
persona, no busca disfrutar sin divertirse porque la sociedad pervertida no le
ha enseñado lo que eso significa; al contrario, va en busca de dos copazos y
"olés" a destiempo. Y para que esto sea así, quienes mueven el
cotarro periodístico (Aplausos, Burladero, Mundotoro o Canal Plus Toros) se
aseguran, mediante burdas manipulaciones propias de algunos regímenes
dictatoriales que yo me sé, de que quien entre en sus portales o escuche sus
retransmisiones se quede en una galaxia paralela, un mundo del 'yupi' en el que
sol, copas y un tonto moviendo un trapo significa fiesta, desfase y sobre todo
tradición. Y cuando a ese iluso le pregunten por qué va a los toros responderá
una bobada que hará las veces de fábrica de antitaurinos. Es más, quizás, algún
día, cuando la proporción entre fiesteros y aficionados les dé la victoria, el
chiringuito se desmontará y nadie irá ya a los toros. Ese día, quienes lo han
montado se hundirán en su miseria económica conscientes de haber utilizado
hasta la desaparición un espectáculo de valores añejos que de ningún otro modo
son transmitidos. Pero tranquilos, dormirán, porque para no hacerlo tendrían
que tener conciencia.
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