Lo dicho, ambiente insuperable. El papel voló en veinte
minutos para el sorteo y terminó por acabarse también para la corrida. Una
muchedumbre rodeaba la plaza desde la mañana hasta las seis, cuando 24.000
personas tomaron asiento. Presenciaron un acto temerario de cuatro idiotas "antitaurinos"
que esperaban a la muerte de algún toro para montar su circo, pero tan tontos
fueron que, previo chivatazo, la policía les buscó y desalojó. Habían roto la
ceremonia de salida al ruedo y el paseíllo, habían calentado a la grada y
habían hecho el ridículo. Uno más. Según llegaban las seis y diez salió el primero, el
toro-toro, un precioso 'pabloromero' con más fachada que otra cosa. La corrida
no se hundió porque nunca llegó a flotar, siempre fue plana y sosa, pero no
aburrida. Momento cumbre fue el cuarto toro, de Don José Escolar, armónico,
serio, muy bien hecho y casi bravo. Embistió al caballo desde los medios sin
excesivas ganas, pero tal fue la calidad de las varas de Israel de Pedro que el
público, cuando un inoportuno espontáneo al fin abandonó el ruedo, se puso en
pie para ovacionarlo. Y quedaba la lidia de Ambel, inteligente, suave,
corriendo hacia atrás y colocando al astado en el punto exacto, para después disponerse
atento al quite.
El Escolar fue el mejor porque no tuvo competencia. Solo el
Victorino que hizo quinto apuntó muy alto en el primer tercio, pero se lesionó
la pata y el presidente, tardo pero providencial, lo mandó al corral. Fandiño atosigó,
ahogó y aniquiló a sus oponentes, especialmente al mencionado cuarto, el que
más tuvo para atosigar, ahogar y aniquilar. No anduvo fresco, no tuvo ideas,
tan solo pegas, malas caras, destemple y poca paciencia. Decepcionó porque en días anteriores había
hablado de vida o muerte, había apelado a la mística, a lo épico, a lo
sobrehumano, con razón probablemente, pero con ese toque chulesco y con ese ego
alimentado tan característico de su persona. Si es que es persona.
Y ante un espectáculo con tan altas expectativas y tan bajo
resultado, el público, aun llenando la plaza, defraudó. Defraudó la excesiva tasa
de alcohol en sangre, que mediante copas o simple botellón fue in crescendo durante la corrida, defraudaron
los cánticos políticos y de ideología fachosa, casposa, putrefacta y retrógrada
del minuto de silencio, y defraudó, por encima del resto, la salida entre
almohadillas del matador, del héroe vencido, de quien lo intentó pero no pudo o
no supo: eso nunca lo sabremos.
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