Qué dilema. Cuando cantan que existen más y mejores
novilleros que nunca, se encuentra uno con la dificultad de elegir a tres. Tres
son pocos; menos desde luego que los que merecen torear. Así que invento al
canto: seis novillos, seis novilleros. La partida a una carta. Con la
posibilidad de que pierdan los seis.
Porque esto del toreo es como jugar al solitario: lo que le
pase a uno no afecta al otro. Nada asegura que salga un buen novillo. Puede
ocurrir que una novillada que no embista se tope con seis chavales con ganas
pero sin lote. O sin novillo, a secas.
Y pasó. Pasó que José Cruz echó una novillada floja a La
Glorieta salmantina. Provocó el aburrimiento de los espectadores en una tarde
larga. Interminable. Seis chavales con muchas ganas alargando las faenas hasta
la posteridad. Es comprensible que lo hagan, pero no tiene ningún sentido.
Objetivamente.
Salvó uno. Fue Alejandro Marcos, que desorejó al noble
quinto a base de raza y pundonor. Y de una templada mano derecha capaz de mandar
sobre las embestidas de un toro justo de fuerza pero lleno de movilidad,
rebosante de prontitud. Esa mano dejó derechazos por abajo rematados tras la
cadera, con la intención de torear como se debe. Sólo faltó hacer lo propio con
la izquierda. Con la de los billetes. Con la que ejecuta el toreo al natural,
el más puro de los cites, el que más expone y más recoge. Porque quien siembra
peligro colecta ovaciones. Con esa mano llegó una fea voltereta que apuntó a
cornalón cerca del estómago, pero quedó en susto y mareo. Mareo ostensible para
todos salvo para él, que volvió a la cara del toro por el mismo pitón. Y que
nadie le lleve la contraria. Remató con una estocada trasera y baja a la par
que sorprendentemente efectiva, y como ya se sabe que estocada entera equivale
a júbilo inconsciente, levantó al público del asiento y activó los resortes de
los pañuelos. Se agitarían hasta ver dos orejas concedidas.
En el abreplaza, destacó la soltura con el capote de Posada
de Maravillas, que quitó con clase y suavidad a un bicho que empujó dormido y
apuntó al manso que fue. Posada arrancó la faena con excelso temple, suavidad
en ambas manos. Tardó en hacerlo, pero tras varias tandas encontró el terreno
apropiado -los medios-, la altura de la muleta y el ritmo de la embestida de Lorito. Cuando le cogió el aire, en
ligada tanda al natural, no lo dejó escapar y enlazó otra por el mismo pitón y
una serie de derechazos que ya no fueron lo mismo. Cuando se hubo rajado el
toro, Posada le dio carpetazo. Salió el segundo, basto y escurrido, que maneó
en exceso y careció de casta. Su mansedumbre le guiaba a toriles en cuanto estaban
a la vista, dificultando la labor a Álvaro Lorenzo. A esto aplicó inteligencia
el novillero, y tapó la salida a Calabrés
pase tras pase. Pecó de echarse sobre un animal que no quiso distancia corta.
Disposición y ganas no fueron suficiente para matar a un toro pasado de faena.
Dos avisos y a correr. Apuros.
Varea corrió el tercer turno. Suponemos que se sigue
llamando Varea. Desdibujado, perdido. Frío como el hielo. Azul claro en la
escala térmica. Existen esquimales con mayor temperatura corporal. La
inexpresividad del de Castellón le condena progresivamente, y el tiempo pasa
mientras no entiende lo necesario del cambio de apoderamiento. Santiago López
te enchufa, pero quizá no te enseñe. Enganchones, inseguridad, pico, periferia
y nulo sentido en la construcción de la faena son la prueba.
Cuarto fue Incitador,
sorteado por Alberto Escudero. Muy bien picado y bien toreado. A secas. Fue
geniudo el burel, protestón, defensivo. Quiso incluso apagarse. Pero pidió mano
baja y en esos casos entregó buenas embestidas. No fue compatible con el toreo
hacia el cielo de Escudero, que violentó al toro y entorpeció la faena.
Manoletinas con mucha exposición cerraron una faena que quedó en ovación tras
sainete con la espada.
Cerró el de la tierra. Alexis Sendín, que venía a sustituir
a Roca Rey. Difícil papeleta. No estuvo a la altura un Sendín con el valor
escaso y pulso nervioso. Nunca asentó las plantas, enganchó a Virrey y lo toreó con suavidad, con
cadencia. Toreó a la velocidad a la que despegan los aviones a un soso que no
dijo nada. Y que no se quería comer a nadie, aunque acabara pegando una
voltereta al joven tras horrendos circulares. Apuros con la espada precedieron
el arrastre y la Puerta Grande de Alejandro Marcos.
Seis novillos de José Cruz para:
Posada de Maravillas: Silencio.
Álvaro Lorenzo: Ovación tras dos avisos.
Varea: Silencio tras dos avisos.
Alberto Escudero: Ovación tras aviso.
Alejandro Marcos: Dos orejas.
Alexis Sendín: Silencio tras aviso.
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