Dura e ingrata corrida de Victorino Martín para la penúltima del ciclo isidril en Las Ventas, Madrid. La casta puso las emociones a flor de piel e hizo de las faenas de muleta verdaderas luchas entre bestia y persona. Son estas luchas de igual a igual las que convierten a los toreros en verdaderos héroes, disminuyendo su condición de humanos a mínimos inalcanzables para la mayoría, por el mero hecho de plantarse ante esos toros y acabar con su vida. Madrid, en un alardeo de torismo mal entendido, pitó a los toreros al acabar sus faenas y repitió el comportamiento, maleducado en muchos casos, cuando los espadas abandonaban el coso venteño. De vergüenza.
Pero ni una cosa ni la otra. Recientemente, es decir, en las últimas décadas, la fiesta de los toros ha devaluado hacia el simple lucimiento del torero. Aquellos cuyo objetivo es éste se autodenominan "toreristas" y, como cabe esperar, quien vive de este mundo y está al servicio de los toreros tiene que tomar esta postura si no quiere verse en la calle. Quiero decir con esto que los comentarios que tachan a la complicada y áspera corrida de hoy son producto de las conveniencias de portales, radios o televisiones.
Pongámonos en el lugar de los así llamados "toreristas". Qué fácil les resulta a ellos criticar una corrida que pone dificultades a los matadores, porque para ellos todo lo que no permita su lucimiento es malo. Con esto, la ocasión que se les presentó hoy para dar palos a Victorino e hijo fue imposible de evitar, y cayeron en la trampa de manera insultante. A algunos, y pienso concretamente en los comentaristas de Canal + Toros, se les ve el plumero.
Puestos a criticar a mansalva a las corridas "duras" como la de hoy, ¿por qué no critican también las que no permiten lucimiento por falta de fuerza o simple ausencia total de bravura? La explicación, pienso, es muy sencilla. Las ganaderías que habitualmente crían toros para que los toreros "se sientan a gusto", "se expresen", y estas cosas que dicen ellos, son las que hoy en día mandan en esto y su concepto está muy cerca del de los toreros, porque estos criadores de toro bravo no son más que "toreristas". Criticar toros flojos por nobles, por muchas orejas que se corten ese día, resulta contraproducente por simples influencias y conveniencias. De nuevo las malditas conveniencias impiden que los periodistas taurinos digan lo que piensan.
Lo importante es que hoy, sea por lo que sea, nadie se aburrió, porque cuando el aburrimiento acecha una plaza de toros, cuando la verdad que debe haber en el ruedo no llega al tendido, algo se está haciendo muy mal. La emoción que da el peligro, creado por la casta, es la base de una fiesta que cada día pierde más todo esto, y sin lo cual podrá sobrevivir, pero ya no será la misma fiesta.
Lo dicho, ni una cosa ni la otra. Hoy Madrid ovacionó a los toros y pitó a los toreros, cuando ambos, desde mi parecer, estuvieron correctos. Los astados fueron fieros, tuvieron casta y no regalaron ni una embestida (esto se debe a que la casta sin recorrido, sin bravura, sin humillación, no hace embestir, solo hace moverse); los diestros, por su parte, anduvieron profesionales y aseados teniendo en cuenta el torrente de poder al que se enfrentaban. Antonio Ferrera y Alberto Aguilar se enfrentaron cuerpo a cuerpo a sus oponentes, mientras que a Uceda Leal se le fueron dos toros nobles y "facilones". Este segundo se ganó, con su ausencia de actitud y ganas, las pitos a la salida, pero se merece el mismo respeto que sus compañeros porque, aunque cometan errores y los aficionados tengamos derecho a valorarlos, se juegan la vida a diario por amor a su profesión. Y quien no esté dispuesto a respetarlos, por mí, que se vaya.
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