Se acerca San Fermín. Un día para el chupinazo y dos para el
primer encierro -este año será Jandilla quien abra la veda. Y después, lo de
siempre: encierros de martes a domingo, terminando con Miura, exceso de
afluencia y de inconsciencia de quienes no saben leer el peligro en el toro.
Habrá quejas, y tendrá que haberlas, por la nula limitación del acceso al
recinto que correrá el sexteto. Viejas costumbres que nunca cambian. Las
quejas, si nada las remedia, no cesarán, especialmente si tienen razón de ser.
Así que precaución, porque San Fermín no sólo es vestirse de blanco, ponerse un
pañuelo rojo al cuello, calzarse unas zapatillas y a correr. San Fermín es peligro,
es cornadas y es muerte. Aunque habitualmente no tenga efecto, siempre está
ahí, escondida, vigilando desde las vallas de protección a quienes se lanzan a
la carrera junto a un toro. Correr un encierro en Pamplona (con el toro de
Pamplona) puede valer una semana de hospital y un mes en cama. O puede valer
salir con los pies por delante hacia tu tierra para ser enterrado. Es la
crudeza del toro y el riesgo que entraña acercarse a una bestia indómita. El
espectador no debe ver un encierro en Santo Domingo, Mercaderes o Estafeta;
debe alejarse del peligro y verlo, en todo caso, tras las vallas situadas al
uso. O mejor aún, en un balcón de cualquier calle principal con un buen
desayuno, aunque eso, claro, está al alcance de pocos.
Claro que en los últimos años hemos observado una evolución
un tanto sospechosa de los sanfermines. Quizá el recorrido descrito por los
toros sea excesivamente uniforme para ser natural y pueda inducir a la sospecha
de algún tipo de manipulación que en ningún caso es demostrable. Nadie puede
asegurar que los toros corren el encierro de manera natural, sin sedación
alguna de por medio: eso nunca lo sabremos. Pero un encierro es peligroso per
se, y un cornúpeta sedado sigue siendo un cornúpeta y encima pamplonica: con su
enorme seriedad, gran tamaño y aún mayor fuerza. Fortaleza como para zarandear
a una persona sin más esfuerzo que un movimiento de cuello.
San Fermín es una fiesta grande, pero puede ser igualmente
triste y trágica. O sin llegar a la muerte, dramática. Es necesario hacer un
llamamiento a la precaución, una concienciación de quienes piensan participar
en encierros sin la debida preparación. Y eso es lo que quiero hacer desde
aquí: un llamamiento al predominio de la razón sobre el atrevimiento, sobre las
decisiones espontáneas tomadas por personas alcoholizadas e inconsecuentes. Una
apelación a la fiesta sana en el sentido más estricto de la palabra: sin
cornadas, hospitalizaciones y por supuesto sin funerales. Quien no haya
empezado a trabajar en el físico hace varios meses ya llega tarde. Deberá
pensar mejor si merece la pena sacrificar su vida y el sufrimiento de quienes
le rodean por ver al toro a dos en lugar de a cinco metros. Sean listos, usen
la cabeza. Y, ante todo, disfruten.
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