En la independencia reside el incuestionable éxito de
Azpeitia. Es la guipuzcoana una feria corta, de tres corridas, pero de marcado
carácter torista, planeada y dirigida por un aficionado ajeno al corrupto
sistema. Su nombre es Joxín Iriarte, y puede ser considerado uno de los pocos
empresarios románticos que encontramos en España. Joxín organiza la feria de su
pueblo para su pueblo, con el objetivo de contentar a su pueblo. A Joxín nadie
le otorga desinteresadas subvenciones, como sus detractores denuncian con aires
de escándalo; al contrario, él se juega su dinero, asume las hipotéticas
pérdidas con su bolsillo y entrega los hipotéticos beneficios a la caridad.
Porque los valores que la tauromaquia inspira llegaron a lo más profundo de
nuestro último empresario romántico.
Joxín admite abiertamente no tener dinero para contratar a
figuras, pero es hombre sabio: sabe que, aunque recibiera amplias subvenciones
y pudiera pagarles sus exagerados jornales, no lo haría, porque se niega a
recibir en su pequeño pueblo a Manzanares con sus toritos bajo el brazo. Así
que nuestro amigo contrata ganaderías contrayendo amistad con los últimos
ganaderos románticos, pero asegurando al mismo tiempo no contraer compromisos
personales. Si a Joxín no le gusta una corrida, el año siguiente la evita,
porque en Azpeitia es él quien manda. Y es así como debe ser.
Cuando ha elegido y visitado las ganaderías que irán a su
feria, porque Joxín no sólo trabaja en el despacho sino que además se desplaza
al campo, contrata a los toreros. Es él quien asigna toreros a ganaderías, y no
admite el proceso inverso. Busca toreros jóvenes con proyección, apuesta por aquellos
en quienes ve futuro, tira la moneda al aire. Se fija en Bayona, en Vic, en Dax
o en Céret, para traer de allende los pirineos el torismo que aquende se perdió
hace tiempo. Pero todo, absolutamente todo, lo hace por su público, por su
pueblo. Por su pueblo llamó a López Simón antes del éxito en Madrid. Y Joxín,
además de un gran aficionado, es todo un visionario. Donde pone el ojo, pone la
Puerta Grande. Arriesga aun a sabiendas de que, en este mundo en que cuatro
amigos se reparten el pastel, los toreros se ajustan a la ley del 'si te he
visto, no me acuerdo' según ganan dos duros y compran una finca. Tan bueno es
Joxín que ni con el ayuntamiento de Bildu ha tenido pega alguna.
Ayuda a Joxín otro buen aficionado, Jesús Cerro, asesor
artístico en los festejos de la villa y, de ahora en adelante, presidente de
cuantos se celebren en Illumbe. Parece Jesús un aficionado cabal, elegante,
respetuoso y franco. Una mole de Pedraza de Yeltes que movió con brío y alegría
sus más de 650 kilos le sirve como prueba irrefutable para afirmar que el toro
no es bueno o malo en función del tipo o del tamaño. A Jesús le gusta el tercio
de varas, y apoya a su amigo Joxín en la intención de que la plaza de Azpeitia
sólo vea un caballo en cada primer tercio, por ser su diámetro chico y sus
terrenos fácilmente confundibles. Con Jesús debemos ser compasivos, a la vista
de su próximo desafío: poco menos que aunar con un criterio imparcial las
voluntades de un público donostiarra tradicionalmente arraigado y las
disquisiciones de una masa estival que presenciará las corridas de Illumbe con
fiesta y diversión como único objetivo.
Entre Joxín y Jesús hay un sutil pegamento, quizás ese de
barra que a duras penas cumple su función: se trata de la relación meramente
formal necesaria para organizar la feria de Azpeitia. Pero entre ambos, por
encima de eso, hay también fuerte pegamento de cola. Porque los une su afición
y, especialmente, su amistad.
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