Camino de cumplirse una semana desde el final de San Fermín,
si algo hay que destacar es que Pamplona no se distingue de cualquier otra
plaza en cuanto a trato a figuras se refiere. La lamentable corrida de Garcigrande,
de quienes son responsables el ganadero, Padilla, El Juli y Perera, sirvió para
dejar en mal lugar a un público que antaño sabía de toros. Ante trapío
dudosamente propio de la Feria del Toro y pitones desmochados feamente
partidos, dos cubatas no son excusa para no protestar. Aunque el problema está
en la base de la feria, porque a la hora de contratar figuras es la Casa de
Misericordia quien debe imponer sus propias condiciones, evitando que sean los
matadores quienes antepongan sus intereses a los de toda una ciudad. La
incuestionable salud de los Sanfermines garantiza a la empresa que la no
contratación de figuras y el lamentable espectáculo que las rodea no
repercutiría ni en entradas ni en ingresos. Aún más, les resultaría conveniente,
porque los desproporcionados sueldos que cobran se reducirían con toreros más
modestos a jornales más comedidos.
Hay aspectos muy positivos en la feria. En primer lugar, la
dimensión muy torera de López Simón, que demostró una vez más su absoluta
disposición y entrega a alcanzar la cima del escalafón. Su Puerta Grande fue
merecida, emocionante e inteligente, porque en el uso de la cabeza, la sangre
fría y la contención de emociones se basó su triunfo. Inteligencia para
inventarse un toro y entender a la perfección al otro; torería para dar el
medio pecho y entregarse con decidido valor. En segundo lugar, la Puerta Grande
de Paco Ureña podría ser el empujón que el murciano necesita para lograr más
contratos y asentar sobre base firme su tauromaquia. Tauromaquia que promete
por basarse en actitud y concepto clásico, pero que hasta ahora sólo hemos
podido ver en contadas tardes y escasas tandas. Sus faenas de altibajos y sus
inicios desconfiados son la prueba de que el rodaje es lo único que necesita
para demostrar si realmente vale. En tercer y último lugar, la variedad de
Manuel Escribano, con dos faenas a sendos Miuras asentadas sobre el valor y la
capacidad muletera -más, quizá, de la que hasta ahora habíamos visto- demostraron
su excelente momento de confianza y resultados. Su pelea ante el cuarto de la
tarde, un encastadísimo Miura de comportamiento muy propio de la ganadería
sevillana, dejó huella en la cabeza de muchos aficionados.
El principal aspecto negativo: el ganadero. El Parralejo,
Jandilla, El Tajo y la Reina, Fuente Ymbro y Garcigrande decepcionaron
notablemente y se ganaron la ausencia en Julio del próximo año. José Escolar no
corrió mejor suerte, pero suyo fue el mejor toro de la feria, Costurero. Por su parte, Conde de la
Maza fue excesivamente castigada en el caballo y Miura se encontró con dos
matadores incapaces -sólo Escribano, del que ya hemos hablado, destacó- que
nada supieron sacar de buenos toros. Los hierros "duros" fueron los
que más entretenimiento propiciaron, dejando en mal lugar unos carteles en los
que escaseaban encastes otrora habituales en Pamplona. Por otro lado, dejó
mucho que desear el criterio del público, incluso de la teóricamente entendida
sombra. Faenas con veinte pases sin excesivos enganchones y rematadas con una
estocada más o menos buena fueron premiadas con desproporcionadas orejas alejadas
del criterio que se le supone a una plaza de primera. Así abrió la Puerta
Grande una versión periférica y ventajista de Miguel Abellán, muy alejada del
medio pecho que mostró en soberbios naturales a un Parladé en Las Ventas.
Cambiar ganaderías, olvidarse de las figuras y educar al
público. He ahí la clave del éxito.
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