Decía uno que lo que no puede ser no puede ser, y además es
imposible. El colmo de la desdicha. No puede ser y, por si fuera poco, es
imposible, que se venda como una gloriosa tarde de toros la pantomima que Bilbao
presenció y jubilosamente enalteció el jueves de su Semana Grande. Con las
figuras y la plaza casi llena. Con un público fácilmente impresionable que en
nada se distingue del que llena plazas mediterráneas.
Es imposible y no puede ser que El Juli cortara las dos
orejas en una faena de consumada vulgaridad y antiestética ejecución de una
defectuosa estocada. Y de hecho no las cortó, porque lo frenó un estoico
Matías, otrora presidente glorioso, ahora bipolar. Matías falló a su compromiso
con la afición tolerando una corrida chica, anovillada y sin cuajo alguno.
Quiso reconciliarse con ella siguiendo fielmente el reglamento y guardando
rápido el solitario pañuelo que lució a la muerte del quinto. Aunque el
reglamento perjudicara a su amigo Julián.
La faena al quinto fue escandalosamente antiestética y
vulgar. Como lo es, al fin y al cabo, el toreo de Julián López El Juli. Se echó
demasiado encima de un ejemplar de Garcigrande manso como él sólo pero brioso
en banderillas, para desgastarlo con su poderosísima muleta y arruinar las
embestidas de una carreta andante. El Juli toreó tras la pala del pitón a un
toro ya sin alma, sin empuje, sin fuerza para moverse, aunque con exagerada
prontitud para hacerlo. Jamás rehuyó pelea, pero nunca tuvo el ímpetu necesario
para ejecutarla. Un toro educado para embestir, no para ser bravo. Una máquina de
moverse, no de emplearse. Un bobo con cuernos, peligroso al fin y al cabo, pero
igualmente bobo. Tan bobo fue que Julián se quiso reír de él macheteándolo tras
doblar, y aún movió la cabeza como queriendo coger los vuelos.
Matías nos salvó. Sólo nos pudo salvar en esa ocasión,
porque las otras dos orejas que se cortaron fueron pedidas con fuerza por el
tendido, y ahí Matías tiene poco que decir. Ese no es su papel. Cortó una oreja
Ponce al flojo abreplaza, en una faena de toques suaves, gusto torero y sabor
añejo en dos cambios de mano sensacionales. El médico diagnosticó anemia,
porque de fuerza no iba sobrado Repique,
y Ponce aplicó mano alta y templada, justa exigencia reñida con escasa
transmisión. Al parecer, hubo suficiente para que una estocada tendida no
parara el pañuelo de Matías. Embistió el cuarto probando, a la defensiva, como
sabiendo que tras el trapo había un valenciano con experiencia disimulada.
Aplicó Ponce en esta ocasión actitud novilleril para alargar excesivamente una
faena que se saldó con una cariñosa ovación. Hasta el año que viene.
Al segundo cortó Julián una oreja de peso incomparable con
el que tuvo la que arrancó al quinto. Fogoso
aceptó con prontitud un inicio de faena excelso de Juli, que sorprendió con
tres predresianas (cada cual más ajustada) y un desdén que culminó la tanda. Y
hecho eso lo de siempre, vulgaridad, aires de deportista, despatarramiento y
muletazos largos -que no profundos-, siempre desde lejos, siempre hacia fuera.
Lo cojo aquí y lo llevo a Almería, que además está de fiestas. El final, con el
toro rajado buscando tablas, evidenció la necesidad del madrileño de matar
ganaderías bravas de verdad. Puede y lo sabe. Pero ni quiere ni lo necesita.
Pasó más desapercibido Perera. Quizás porque no cortó
ninguna oreja en tarde triunfalista, prueba esclarecedora de su mala temporada
que ni un leve repunte puede ya salvar. Pidió tiempos el descompuesto quinto.
No tuvo malas ideas, pero sí una cabeza prodigiosa, y nunca se despistó. Anduvo
Perera a medias, firme una vez, dubitativo la siguiente. Y en esas se acabó el
fondo de Halagado y tocó coger el
estoque.
Cerró plaza un toro parado que apuntó a enfermo. Juntaba
manos y patas mientras esperaba la muerte en manos de Perera, como si el
estoque no fuera necesario y el infierno de los toros malos fuera cuestión de
tiempo. Permitió, como momento más destacable, unas suaves y templadas
chicuelinas de Perera, que nada tuvieron que ver con los latigazos de Julián al
abreplaza. En la muleta claudicó pronto y soportó los arrimones de un Perera
que quiso rizar el rizo. Parado el toro a mitad de viaje, trató el extremeño de
torear desde un lado apoyado en el lomo del astado, pretendiendo que se
volviera por el lado contrario. Toreando, pero escondido tras la cara del toro.
Como los cobardes.
Seis toros de Garcigrande.
Enrique Ponce (azul turquesa y oro): Oreja y ovación.
El Juli (grana y oro): Oreja y oreja con fuerte petición.
Miguel Ángel Perera (chenel y oro): Ovación y ovación.
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