Me acerqué un día cualquiera a un establecimiento de la
Federación Nacional de Compras de los Ejecutivos (Fnac, por sus siglas en
francés). Subí las escaleras mecánicas hasta el segundo piso, dedicado en
exclusiva a la lectura. Miles de libros apilados en estanterías; eso sí, bien
ordenados: por aquí literatura hispanoamericana, por allá novela negra, esto de
aquí dedicado a la filosofía y cerca, casi al lado, las novedades. Y yo busqué,
a sabiendas de ser un bicho raro, tauromaquia. Nada de nada. ¿Qué es la
tauromaquia?, pensé. Inabarcable pregunta para hacerse en tan extraña situación.
Tanto como que Francis Wolff pudo redactar para responderla todo un excelso
prólogo que ponía a discutirlo a Sócrates y allegados. Lo primero que se me
ocurrió fue que, al menos a ojos del común de los mortales, la tauromaquia es
arte.
Pero no, en 'Arte' no había absolutamente nada, así que para
no perder el tiempo pregunté. La señorita que me atendió amablemente mostró su
estupefacción por encontrarse ante un joven interesado en la tauromaquia (o
quizá se asustó por el mero hecho de ser joven y lector). Me llevó a la sección
de deportes, como si una corrida de toros fuese un partido de fútbol en el que
el balón está vivo y el césped es sustituido por arena. Supuse que el buen
hombre que en su día decidió la correcta ordenación jamás habrá pisado una
plaza de toros. En cualquier caso, ya en 'Deportes', me miró la chica con cara
de disculpa y aseguró haber visto más libros en otra ocasión. Cuatro libros
había, cuatro. Cuatro de los miles de libros de la Fnac, una multinacional
francesa (luego en su origen hay toros), trataban sobre tauromaquia. Eran dos
ediciones del magistral "Juan Belmonte: Matador de toros" que
cualquier aficionado que se precie ha leído ya, el libro "El corazón de
los caballos" del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y un ejemplar de
"Entre Marte y Venus", un completísimo libro de Domingo Delgado de la
Cámara que, para más inri, me llevé yo.
Y la desilusión me llevó a comprobar más cerca que nunca que
la sociedad da la espalda a la tauromaquia. Que el segundo espectáculo de masas
de España, a pesar de serlo, va siendo olvidado progresivamente para quedar en
un desolador segundo plano. Y odié por un instante la globalización, que ha
arremetido contra nuestro pasado para instalar un presente efímero que mira a
un futuro irreal. Un futuro que en nuestra fiesta es cada día más complicado, atacada como está desde fuera y desde dentro. Un futuro negro afeado por políticos de poca monta
que, creyéndose con autoridad moral para hacerlo, evitan la celebración de
espectáculos tauromáquicos. Olvidan que Caesar
Non Est Supra Grammaticos, que igual que el César romano no tenía por ser
Emperador derecho a mandar sobre los gramáticos, ser alcaldes no otorga a estos personajes autoridad para prohibir cuanto les venga en gana. Su poder no les da supremacía moral como a Caesar no le convertía en sabio académico. Y mientras
reflexionaba sobre este principio del que en su día se valió Kant, caí en lo
grande que les viene a susodichos alcaldes.
Sentí desazón, porque no hay nada más satisfactorio que leer
sobre gustos y aficiones. Y puedo asegurar que los aficionados a los toros son
habitualmente gente instruida que sabe porque ha visto y leído. Literatura
taurina existe; de hecho, es amplísima. Tantos y tantos autores han escrito
sobre toros que no habría espacio para mencionarlos, pero su extensa obra
merece ser leída incluso por quienes en un principio no se encuentren
particularmente atraídos. Claro que, para eso, la Fnac tendrá que echar un
cable. Y mientras las empresas se dejen acoquinar por las falsas amenazas de
contados antitaurinos con aires de grandeza, mientras la publicidad de marcas
globalizadas y la televisión estatal den la espalda a la tauromaquia, estamos
en un charco. Y poco a poco nos estamos resfriando.
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