Qué bonito y qué sabio Madrid cuando, tras acelerado pero
sentido paseíllo, rindió una larga ovación al héroe que se disponía a matar
seis bestias. Calurosa ovación, pero calurosa de verdad, sin lugarcomunismo
alguno. Salió el primero, de escaso trapío, escurrido de carnes. La salida fue
fría, muy fría, como la de todos sus hermanos. Se sabía el truco el burel,
miraba a ambos torero y muleta, pero siempre se decantaba por la segunda.
Noble, sin malas intenciones, también sin casta ni entrega. Permitió al Cid
soltarse, pero mucho no se soltó, porque ya desde el hotel llegaba relajado,
responsabilizado pero al mismo tiempo inteligente. Cabeza fría. En entender a un
Victorino se basa el éxito con él, y un experto en el encaste de su talla le
dio los tiempos necesarios a toda la corrida, y exigió que los diera la
cuadrilla durante los segundos tercios. Ante este primero, un natural, uno que
queda en el recuerdo próximo, pero que pronto se borrará bajo las sombras del
fiasco general.
Segundo y tercero fueron toros muy parados que no
transmitieron y ante los que nada pudo hacer el matador. El punto de inflexión
era evidente: todo podía empeorar o mejorar, pero no quedaría así hasta el
final de la corrida, y menos en Madrid. Cuando el cuarto, picado horriblemente
con dos feas cariocas, sembró el pánico en las banderillas de un dudoso
Alcalareño y un valiente Pirri, la tarde se vino abajo. Cornada en la axila
para el segundo y cambio de tercio con tres banderillas. El público, como es
lógico, se echó encima del presidente, que se saltó el reglamento "a la
torera" (aunque, a decir verdad, lo que hizo fue muy poco torero) para
evitar mayor tragedia, olvidando que quienes matan a los toros y quienes acuden
a ver el ritual están dispuestos a verla. El esperpéntico segundo tercio y una
fuerte discusión en lo alto del tendido tres distrajeron al respetable de una
faena de muleta muy breve y apañada. Como breve fue la lidia y muerte del
quinto, un manso que se adueñó del ruedo con la amenaza de las avivadoras, y
también la del sexto, banderilleado de manera muy resuelta tras voltereta sin
mayores consecuencias para Pascual Mellinas.
Las conclusiones eran obvias: corrida mala de Victorino y
nulas opciones para El Cid. Si buscamos culpables, como se antoja evidente, el
ganadero es el principal responsable. Ni sus toros parecieron cabeza de camada,
que es, teóricamente, lo que se debe reservar para una corrida con tamaña
repercusión, ni se comportaron como los 'victorinos' de antaño, esos
humilladores, listos y con esa mezcla de entrega y casta que los convertía en
máquinas de embestir. No tuvo El Cid culpa alguna, pero para él fue la bronca. Qué
feo y que ignorante Madrid. Bulla de impresentables resentidos que se sienten
superiores si pitan, que no son los de siempre, no, ésos pitan con motivo; los
de hoy fueron los acomplejados de la sombra que piensan que sabe más quien más
protesta, que se sienten por debajo del aficionado cascarrabias que a todo le
saca punta y tratan afanosamente de igualarle. Un pensamiento ilógico propio de
quien carece de altura de miras. Los de hoy fueron los pitos del complejo.
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