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domingo, junio 07, 2015

Rafaelazo

Imagen: Cultoro
Su apodo es de un pueblerino cualquiera y su estatura es más bien corta, pero de todos es sabido que las primeras impresiones engañan. Engañan también con un buen hombre que nació en Murcia hace 36 años. Su madre lo bautizó como Rafael, pero el joven, decidido a matar toros, se inventó un sobrenombre más torero: Rafaelillo. Y él sólo levantó un fiasco mayúsculo de Miura tal día como hoy, a 7 de Junio de 2015. Hasta la última tarde de San Isidro hubo que esperar para ver la faena más meritoria. La faena con más arrojo, quietud, torería y firmeza de la feria, con la que el David murciano venció a Goliat hecho toro. El faenón de Rafaelazo. Del gran Rafael. No apuntó nada el cuarto cuando salió al ruedo, o al menos nada que le hiciera destacar sobre los tres hermanos que le habían precedido y que habían dejado dormido al respetable madrileño. Feo, alto de agujas, ensillado, ligeramente agalgado, recibió dos señores puyazos que parecieron su sentencia de muerte. Rafaelazo brindó la muerte de Injuriado al público, quizá para despertarlo de la siesta, quizá para avisar de lo que se venía encima. Lo recibió con derechazos y lo fue encelando. Dándole la distancia que luego iría recortando, lo metió en la muleta y tiró de él, sin recibir entrega alguna del oponente, que se movió con la cara a media altura y a paso suave, sin apenas transmisión. Hubo naturales encajados de alto nivel y refinado gusto. Hubo incluso un amago de cornada, que contribuyó a mostrar la indefensión a la que se expone un torero y a alinear con el mismo a los espectadores que aún fueran hostiles. Cuanta más tragedia, más arte, decía Valle-Inclán. Hoy hubo miedo, un sucedáneo de la tragedia, y mucho arte. Y también hubo emoción, la del torero que tiró la Puerta Grande con dos pinchazos, la del héroe que se supo ganador de una batalla por la que no recibió premio.

No puso nada el manso e inválido abreplaza. La escasez de fuerza durante el primer tercio fue evidente y la indignación del público se mostró mediante ostensibles protestas, pero el presidente, Julio Martínez, pésimo aficionado con un aire altivo y muy poca vergüenza, mantuvo en el ruedo al burel que, como era lógico, se vino abajo de buenas a primeras.

De Javier Castaño poco más que su incapacidad. En el tercero sus errores fueron muy variados y recurrentes: debió bajar la mano y no lo hizo, debió dar sitio y se echó encima, debió dar toques suaves y las llamadas fueron violentas, debió alternar pitones y no supo verlo. Del temple ni hablamos. Juzgar al segundo cuando le hicieron todo tan a la contra sería ventajista e injusto para el toro. El quinto de la tarde, excesivamente picado, se dejó por desfondado, aunque su condición apuntó a toro cabrón que esperaba tras la mata. Tras la mata estuvo, de hecho, durante el tercio de banderillas, cuando, aculado en las tablas, esperó lo indecible a los subalternos, propinando una cornada a Marco Galán en los testículos al poner el primer par.

El escándalo de Serafín Marín, su desvergüenza para ordenar a los picadores que cierren la salida y aprieten bien la puya y su incompetencia con los trastos llevaron a que Madrid lo despidiera bajo bronca. Bajo comprensible y muy torera bronca. Un tal Romualdo, asesino de machete montado a caballo, desfondó a un tercero que, para más inri, no anduvo quieto en toda la lidia. A la faena de muleta llegó prácticamente muerto. El cierraplaza fue un noblón con mucho recorrido que Serafín dejó ir sin pegar un pase, a pesar del vulgar tercio en que Juan Bernal, cómodamente subido a su caballo, había rematado la intrínsecamente escasa fuerza de Arenoso, último de toro de la feria. Burel de una o dos orejas, si lo coge nuestro amigo Rafa. Su único defecto fue la humillación lógica de un toro alto con poco cuello, es decir, mal hecho.
Imagen: Cultoro

La miurada que cerró San Isidro y la semana torista defraudó por la pérdida de su esencia. No vimos toros duros de patas que exigieran esa lidia a la antigua, no vimos pelajes colorados característicos del legendario hierro; vimos, en cambio, varios inválidos, dos con buena condición y dos cabrones que combinaron mala fe y poca fuerza. Pero, al fin y al cabo, vimos a Rafaelazo. Al mejor torero de la feria de San Isidro.

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