No es fácil plasmar en el papel la emotividad de un festejo
taurino que necesita ser contextualizado para ser comprendido. Y menos aún
cuando quien escribe no se encuentra particularmente emocionado al contemplar
la repercusión emocional de dicho festejo. Pero urge advertir, antes de
analizar la última de la feria de Hogueras 2015, que hoy no fue un día
cualquiera: en homenaje al recientemente fallecido José María Dols Abellán, de
nombre artístico José Mari Manzanares, se unió en el cartel a sus hijos Manuel
y José María, para cerrarlo con ese hijo adoptivo, esa persona que siempre
estuvo cerca de él: Enrique Ponce. Un valenciano completando un cartel en
Alicante, el feudo de los Manzanares, el epicentro de la tauromaquia de padre,
hijo y -quién sabe- nieto.
Es comprensible que la corrida de hoy levantara tanta
expectación. Con retraso causado por una muchedumbre agolpada sin restricción
en el patio de cuadrillas comenzó el festejo, en un paseíllo amorfo -un caballo
y dos de a pie- a cuyo final se agolparon en el ruedo periodistas y
profesionales del mundo del toro para escuchar el himno de Alicante. La escena
sólo puede ser comprendida desde la óptica de un público que rendía hoy un
homenaje a su más admirado torero.
Pasaban veinte minutos de las siete cuando salió el
horriblemente despuntado primero, de Fermín Bohórquez, procedencia Murube. En
una salida a intenso galope que nadie interrumpió se desfondó, perdiendo las
manos en repetidas ocasiones y pegándose dos feas costaladas. La actitud de Manuel Manzanares no sirvió para
emocionar al público. Tres pinchazos y un descabello certero mandaron al toro
al desolladero bajo leve pitada. Tampoco tuvo excesiva fuerza el cuarto, que
nuevamente perdió fuelle tras una salida con pies y se vino abajo excesivamente
pronto. Sirvió, no obstante, para que Manzanares le echara una actitud
irreprochable y cortara, bajo influencia de un ambiente festivo y cariñoso, dos
orejas que evitaron el regalo de un sobrero.
Las hechuras del segundo, de Núñez del Cuvillo, apuntaron a
que embestiría, a pesar de su escasa presencia. Casi tanto como su fuerza. No
hubo protesta en el primer tercio y la mansedumbre se hizo evidente a lo largo
del segundo: tuvo querencia a tablas e hizo hilo en los tres pares. Comenzó la
faena "de médico" de Enrique
Ponce, que cuidó al burel con la mano a media altura y toreo rectilíneo, a
favor del toro. La faena fue tan inteligente como larga e incomprensiblemente
paciente: si un toro flojea no debe ser mantenido más de diez minutos en el
ruedo, sino dado muerte tan rápido como el público advierta dicha flojera.
Apretó el de Chiva en los últimos compases y logró cortar dos orejas a pesar
del aviso. También sonó aviso en el quinto. El ejemplar, aun cuellicorto y
lavado de cara, tuvo más presencia que los anteriores. La magnífica brega de
Jocho y la lidia a medida de las exigencias del astado ayudaron a que se
entregara en la muleta con entrega, movilidad y repetición. El temple de un
Ponce excesivamente al hilo que abusó del pico le sirvió para emocionar al
respetable y para recibir una calurosa ovación a la que siguió una vuelta al
ruedo. La Puerta Grande, al fin y al cabo, ya estaba asegurada.
Fue el tercero un manso que tuvo su chispa hasta que cantó
la gallina y huyó a las tablas. La correcta elección de terrenos de José María Manzanares retrasó la
inevitable capitulación del oponente. No quería guerra. Y sin embargo, regaló
embestidas con humillación que se encontraron con un torero inseguro y
dubitativo que usó el viento como excusa. Cortó dos orejas gracias a unos
circulares horribles que Alicante disfrutó. El cierraplaza, como el quinto, fue
un toro bien hecho, más rematado y con más cuajo que los impresentables segundo
y tercero. El buen puyazo de Barroso y las banderillas lucidas de Curro Javier
y Luis Blázquez (que, de hecho, saludaron) predispusieron al público hacia un
triunfo que implicaba la perfección del homenaje a José María Manzanares padre.
Faena en los medios del hijo a un manso enclasado con nobleza y repetición.
Periférico, al hilo y ventajista, el alicantino supo medir el temple y
aprovechar las embestidas de un toro que parecía hecho a medida: su mansedumbre
le hacía abrirse al llegar al embroque y su pitón izquierdo era ostensiblemente
peor que el derecho (cualidad de la que Manzanares y su incapacidad para decir
algo al natural sacaron provecho). Dos orejas más y alocada petición de rabo.
Hasta aquí el análisis objetivo. Pero es necesario, por los
motivos ya expuestos, recordar que la corrida fue un homenaje a un gran torero
que aún reside en la memoria de los aficionados, con más énfasis (si cabe) en
la de los alicantinos. Hoy, objetividad aparte, Manzanares padre y las
emociones que su muerte suscitaron marcaron el criterio.
Alicante, a 24 de Junio de 2015. Casi lleno. Dos toros de
Fermín Bohórquez: primero justo de presentación; cuarto cerrado de pitones y
cómodo por delante; y cuatro toros de Núñez del Cuvillo: segundo muy bajo;
tercero impresentable por cerrado de sienes, lavado de cara y gacho; quinto más
serio, cuellicorto; sexto bien hecho, bajo y de hechuras aceptables:
Manuel Manzanares: Ovación y dos orejas.
Enrique Ponce: Dos orejas tras aviso y ovación tras aviso.
José María Manzanares: Dos orejas y dos orejas.
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