En la inmensa
belleza del valle de Villaverde, al oeste de Vizcaya y casi limítrofe con
Cantabria, se encuentra un pequeño pero entrañable y cuidado pueblo de nombre
Trucíos. Tras intensos trabajos de acondicionamiento por la mañana, su plaza de
toros acogió hoy una novillada de Fuente Ymbro matadas sin picadores por
Alfonso Cadaval y Carlos Llandres. Qué casualidad, un festejo organizado por la
Comisión Taurina en el que pone los toros el gran amigo que, de vez en cuando,
les da cobijo en Cádiz. El mundo es un pañuelo.
Presentación
cuestionable: novillos bastos y chicos, especialmente primero y segundo. Los
cuatro fueron escandalosamente afeitados hasta convertir las puntas en
desagradables muñones. Atrás queda la verdad asociada a un traje de luces y al
peligro mortal que dentro de él se corre; hoy, para nuestra desgracia, no sólo
en festivales se mutila. Aunque no se quiere, se puede sacar gachos, bizcos o
corniapretados en puntas, para mantener así la tan denostada integridad. Quizá,
sólo quizá, la manipulación sea resultado del amiguismo entre presidente,
ganadero, apoderados y demás organizadores. Quizá. Perder, pierde el de
siempre, el mismo que paga inocentemente.
Alfonso Cadaval
se enfrentó a un bronco abreplaza que esperó en banderillas y apuntó a manso. Lo
fue. Tras brindar al público, quiso alargar la embestida del oponente mostrando
buen concepto y ganas; tantas que, excesivamente apabullado y acelerado, no
transmitió la tranquilidad y el desparpajo que el espectador necesita para
apreciar la estética de un pase. Su segundo, tercero de la tarde, fue el mejor
de la corrida y le superó: una desordenada lidia y las dudas del torero, que
pecó de esperar con la muleta retrasada y de abrir huecos a troche y moche,
enseñaron al oponente y su dulce nobleza con boyante movilidad se convirtió de
pronto en guasa mirona del que no coge pero sabe el truco. Se pidió y concedió
una oreja pero, pese a la insistencia del ganadero hacia su amigo y presidente
Matías y a pesar del infantil pique del padre del joven, no se otorgó una
desmerecida segunda. A espadas, dos esperados sainetes. La muleta ha de ir a la
pezuña y la espada no tan tendida. Se dice fácil.
Superó a Cadaval
una buena versión de Carlos Llandres, que sustituyó a un misteriosamente
ausente Emilio Silvera. Transparencia. Fue su primero el preferido del
ganadero, un novillo que tropezó varias veces durante la magnífica brega de
Venturita y se agarró al piso. Mas cuando quedó a solas con el matador, la
virtud de su fijeza creció exponencialmente para unirse a la nobleza y
humillación. Llandres corrigió los deslucidos finales en dos encajados
naturales propios de quien está tocado por la varita mágica. Dos orejas a la
torería y la pureza de un recién mayor de edad. Cerró plaza un encastado
reponedor que exigió sitio, mando y piernas, para superar a un joven sin rodaje
ni oficio. Dos meritorias estocadas traseras ahorraron a sus dos novillos el
sufrimiento con que la otra pareja tuvo que tragar.
Cuatro bastos y
desmochados novillos de Fuente Ymbro, de interesante comportamiento: primero
manso rebrincado, justo de recorrido; segundo noble humillador; tercero con
guasa y cierto peligro; cuarto encastado reponedor.
Alfonso Cadaval
(gris plomo y oro): Silencio y oreja.
Carlos Llandres
(azul turquesa y oro): Dos orejas y oreja.
Se aplaudió a
todos los toros en tarde soleada con tres cuartos de plaza.
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