Hace tiempo que empecé a desarrollar una opinión que cada
día asiento más firmemente: la tauromaquia es una metáfora a pequeña escala del
mundo real. Ya saben, empresarios que mandan por encima de las leyes, a los que
no les importa lo que piense la gente -o el aficionado-, prensa que informa -o
desinforma- en base a intereses económicos evidentes, y todo eso. El pan de
nuestro cada día. Hay un aspecto en el que tenemos ventaja; en líneas
generales, y sin entrar mucho en materia, el aficionado taurino se indigna ante
la desvergüenza de empresarios prevaricadores, toreros manipuladores, ganaderos
intolerantes, aficionaduchos sectarios y demás imbéciles que uno se encuentra a
poco que acuda a dos tertulias, una corrida y un día de campo. El ciudadano
medio, en materia política, es más bien pasivo. Incluso el ciudadano que en su
afición taurófila tiene espíritu revolucionario y antisistema se pervierte en
sociedad para tomar un aire reaccionario digno de estudio. Pero eso es otro
tema.
Como las libertades quedan subyugadas al dinero, la libertad
de prensa, la de expresión o la de pensamiento quedan reducidas a escombros, también
en el ámbito de la tauromaquia. Cuando un aficionado o un espectador
suficientemente avispado entra en un portal taurino, puede comprobar
sorprendido la sórdida manipulación que llevan a cabo de todo cuanto informan.
Los silencios se convierten en aplausos, los aplausos en ovaciones y los
afanosos indultos que conceden, pañuelos al aire, borrachos y fiesteros, se
pintan como éxitos de la tauromaquia, del ganadero y, aún peor, del torero. Los
portales más leídos consiguen así mantener al espectador medio, empeñado en
leer esas webs y sólo esas webs, en una galaxia paralela en la que sol, copas y
un tío moviendo un trapo son sinónimos de fiesta y desfase. El lector cierra
Internet feliz por saberse informado, ignorando que sólo ha conseguido empaparse
de manipulaciones irreales que rozan lo ficticio. Ese pobre hombre, terco y
cerril como sólo los españoles sabemos ser, está paladeando la ilusa felicidad
del ignorante. Se cree libremente informado y sabio en materia taurina. Los
portales han convertido a ese hombre en una parte insignificante de un rebaño,
una masa homogénea y estandarizada. Han conseguido ser algo así como la máquina
que se introduce en el inconsciente de los ciudadanos en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, hablándoles mientras duermen. Han
desinformado a traición y de manera deliberada. Y lo más grave es que lo han
hecho al amparo de los toreros, que son, al fin y al cabo, los principales
beneficiados de la manipulación de datos, y los primeros que pagan a portales a
cambio de anunciar carteles suyos, sabiéndose así los amos del cotarro, porque
en su mano está retirar ese anuncio, dejar de pagar y mandar a periodistas al
paro. Los periodistas se ven abocados a una elección entre comer y ser
precisos, donde la elección es evidente: yo también preferiría pan para mi hijo
sobre información para un señor de Teruel.
Es fácil entender por qué los toreros eligen los portales
para manipular. "La palabra es un arma cargada de futuro", decía Blas
de Otero. Quien controla los medios controla a la gente. Ya se sabe que una
democracia es muy pobre si lo es el periodismo que en ella se desarrolla, y eso
es exactamente lo que ocurre tanto en el mundo real como en el taurino. El
mundo de los toros no aparenta ser una democracia porque no otorga ningún papel
al que se rasca el bolsillo, que es el equivalente del ciudadano; ni siquiera
quiere asemejarse al despotismo ilustrado que se resume en "todo para el pueblo
pero sin el pueblo", porque el pueblo le da igual. Los déspotas
taurómacas, que no son más que los mandamases de los despachos, son los dictadores de la tauromaquia. Y el aficionado,
precisamente por serlo, está sujeto a una afición que intenta mantener, inconsciente
de que mantenerla es también alimentar a quienes desearía expulsar.
El dinero no sólo pasa por encima de la libertad de prensa,
sino también, como ya se ha dicho, de los valores. Y de eso precisamente
hablaremos en la próxima entrega.
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