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jueves, abril 02, 2015

El hundimiento

Madrid se llenó de gente ansiosa por ver toros. Toros serios, imponentes, con el trapío adecuado, con comportamientos alejados de la excesiva bondad que predomina hoy. Y para matar estos toros, seis, nada menos, un héroe, un valiente, un torero con todas las letras.

Lo dicho, ambiente insuperable. El papel voló en veinte minutos para el sorteo y terminó por acabarse también para la corrida. Una muchedumbre rodeaba la plaza desde la mañana hasta las seis, cuando 24.000 personas tomaron asiento. Presenciaron un acto temerario de cuatro idiotas "antitaurinos" que esperaban a la muerte de algún toro para montar su circo, pero tan tontos fueron que, previo chivatazo, la policía les buscó y desalojó. Habían roto la ceremonia de salida al ruedo y el paseíllo, habían calentado a la grada y habían hecho el ridículo. Uno más. Según llegaban las seis y diez salió el primero, el toro-toro, un precioso 'pabloromero' con más fachada que otra cosa. La corrida no se hundió porque nunca llegó a flotar, siempre fue plana y sosa, pero no aburrida. Momento cumbre fue el cuarto toro, de Don José Escolar, armónico, serio, muy bien hecho y casi bravo. Embistió al caballo desde los medios sin excesivas ganas, pero tal fue la calidad de las varas de Israel de Pedro que el público, cuando un inoportuno espontáneo al fin abandonó el ruedo, se puso en pie para ovacionarlo. Y quedaba la lidia de Ambel, inteligente, suave, corriendo hacia atrás y colocando al astado en el punto exacto, para después disponerse atento al quite.

El Escolar fue el mejor porque no tuvo competencia. Solo el Victorino que hizo quinto apuntó muy alto en el primer tercio, pero se lesionó la pata y el presidente, tardo pero providencial, lo mandó al corral. Fandiño atosigó, ahogó y aniquiló a sus oponentes, especialmente al mencionado cuarto, el que más tuvo para atosigar, ahogar y aniquilar. No anduvo fresco, no tuvo ideas, tan solo pegas, malas caras, destemple y poca paciencia.  Decepcionó porque en días anteriores había hablado de vida o muerte, había apelado a la mística, a lo épico, a lo sobrehumano, con razón probablemente, pero con ese toque chulesco y con ese ego alimentado tan característico de su persona. Si es que es persona.

Y ante un espectáculo con tan altas expectativas y tan bajo resultado, el público, aun llenando la plaza, defraudó. Defraudó la excesiva tasa de alcohol en sangre, que mediante copas o simple botellón fue in crescendo durante la corrida, defraudaron los cánticos políticos y de ideología fachosa, casposa, putrefacta y retrógrada del minuto de silencio, y defraudó, por encima del resto, la salida entre almohadillas del matador, del héroe vencido, de quien lo intentó pero no pudo o no supo: eso nunca lo sabremos.

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