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viernes, marzo 13, 2015

El aficionado (II)

Aclarado que los tres pilares de la tauromaquia son la justificación, la verdad y la variedad, hay que añadir que son, por encima de los gustos del aficionado y su mayor exigencia en unas u otras áreas, el único modo de defender una fiesta de valores añejos. Esos valores de los que tanto hablamos, entre los cuales podemos destacar la valentía, el sacrificio, la concentración y la interiorización que todo torero debe tener, valores otrora presentes en la sociedad pero obsoletos a día de hoy, quedan a ojos del antitaurino muy por debajo del hecho de que mueran seis animales en el ruedo. Porque el antitaurino, o el animalista si se me permite la generalización, exige el cumplimiento de los Derechos de los Animales aun sin existir como tal -no están reconocidos oficialmente-, e incluso los antepone a los Derechos Humanos que, como todos sabemos, sí son oficiales y tienen autor y fecha: la ONU en 1948.

Ha quedado claro, también, que la justificación y la verdad tienen fácil solución: emplear el castigo negativo y el refuerzo positivo al elaborar carteles y evitar el fraude en forma de pitones afeitados o toros drogados, respectivamente. Pero alcanzar la variedad es más complicado, en tanto que el aficionado no tiene presencia alguna en los organismos que han de demandarla. Variedad consiste, en el área que nos atañe, en que todos los toreros -matadores, banderilleros, picadores- sepan realizar su trabajo ante todo tipo de encastes y, por extensión, ante todo tipo de toro. Si de todos es sabido que cada encaste presenta características intrínsecas en cuanto a la morfología del toro se refiere, debemos entender que también en su comportamiento radican muchas de las diferencias que hacen que los dividamos en grandes subgrupos dentro de su raza, esto es, el bos primigenius taurus.

Si la variedad es tan necesaria para disfrutar de la fiesta y defenderla ante los ataques externos, muchos se preguntarán por qué no existe, quién la ha hecho desaparecer y por qué nadie ha conseguido revivirla. La respuesta, aunque suena a tópico en este mundillo de mafiosos con banderitas de taurinos, está en las figuras, en los matadores que ocupan lo más alto del escalafón, que ordenan a su antojo la confección de los carteles, los toros que ha de reseñar la ganadería que ellos mismos han elegido previamente y, lo que es peor, la salvajada de dinero que ganan cada tarde. Con nombre y apellidos, en orden de importancia de mayor a menor en las oficinas: Julián López Escobar "El Juli", José Antonio Morante Camacho "Morante de la Puebla" y José María Dols Samper o "José Mari Manzanares". A estos tres nombres podríamos añadir los de Perera y Talavante, figurando claramente en un segundo plano. Ellos son quienes, como ya se ha explicado, eligen ganaderías a dedo buscando, evidentemente, el menor número de dificultades posible.

Aunque parezca mentira que el aficionado permita esto, no, no lo permite, el aficionado se indigna, pero históricamente el espectador ha sido mayor en número que el aficionado, es decir, el asiduo, y el público general es hoy fiestero: no busca en los toros motivos intelectuales, filosóficos o incluso religiosos, no busca aprender y enriquecerse como persona, no busca disfrutar sin divertirse porque la sociedad pervertida no le ha enseñado lo que eso significa; al contrario, va en busca de dos copazos y "olés" a destiempo. Y para que esto sea así, quienes mueven el cotarro periodístico (Aplausos, Burladero, Mundotoro o Canal Plus Toros) se aseguran, mediante burdas manipulaciones propias de algunos regímenes dictatoriales que yo me sé, de que quien entre en sus portales o escuche sus retransmisiones se quede en una galaxia paralela, un mundo del 'yupi' en el que sol, copas y un tonto moviendo un trapo significa fiesta, desfase y sobre todo tradición. Y cuando a ese iluso le pregunten por qué va a los toros responderá una bobada que hará las veces de fábrica de antitaurinos. Es más, quizás, algún día, cuando la proporción entre fiesteros y aficionados les dé la victoria, el chiringuito se desmontará y nadie irá ya a los toros. Ese día, quienes lo han montado se hundirán en su miseria económica conscientes de haber utilizado hasta la desaparición un espectáculo de valores añejos que de ningún otro modo son transmitidos. Pero tranquilos, dormirán, porque para no hacerlo tendrían que tener conciencia.

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