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viernes, julio 31, 2015

El pegamento que une Azpeitia

En la independencia reside el incuestionable éxito de Azpeitia. Es la guipuzcoana una feria corta, de tres corridas, pero de marcado carácter torista, planeada y dirigida por un aficionado ajeno al corrupto sistema. Su nombre es Joxín Iriarte, y puede ser considerado uno de los pocos empresarios románticos que encontramos en España. Joxín organiza la feria de su pueblo para su pueblo, con el objetivo de contentar a su pueblo. A Joxín nadie le otorga desinteresadas subvenciones, como sus detractores denuncian con aires de escándalo; al contrario, él se juega su dinero, asume las hipotéticas pérdidas con su bolsillo y entrega los hipotéticos beneficios a la caridad. Porque los valores que la tauromaquia inspira llegaron a lo más profundo de nuestro último empresario romántico.

Joxín admite abiertamente no tener dinero para contratar a figuras, pero es hombre sabio: sabe que, aunque recibiera amplias subvenciones y pudiera pagarles sus exagerados jornales, no lo haría, porque se niega a recibir en su pequeño pueblo a Manzanares con sus toritos bajo el brazo. Así que nuestro amigo contrata ganaderías contrayendo amistad con los últimos ganaderos románticos, pero asegurando al mismo tiempo no contraer compromisos personales. Si a Joxín no le gusta una corrida, el año siguiente la evita, porque en Azpeitia es él quien manda. Y es así como debe ser.

Cuando ha elegido y visitado las ganaderías que irán a su feria, porque Joxín no sólo trabaja en el despacho sino que además se desplaza al campo, contrata a los toreros. Es él quien asigna toreros a ganaderías, y no admite el proceso inverso. Busca toreros jóvenes con proyección, apuesta por aquellos en quienes ve futuro, tira la moneda al aire. Se fija en Bayona, en Vic, en Dax o en Céret, para traer de allende los pirineos el torismo que aquende se perdió hace tiempo. Pero todo, absolutamente todo, lo hace por su público, por su pueblo. Por su pueblo llamó a López Simón antes del éxito en Madrid. Y Joxín, además de un gran aficionado, es todo un visionario. Donde pone el ojo, pone la Puerta Grande. Arriesga aun a sabiendas de que, en este mundo en que cuatro amigos se reparten el pastel, los toreros se ajustan a la ley del 'si te he visto, no me acuerdo' según ganan dos duros y compran una finca. Tan bueno es Joxín que ni con el ayuntamiento de Bildu ha tenido pega alguna.

Ayuda a Joxín otro buen aficionado, Jesús Cerro, asesor artístico en los festejos de la villa y, de ahora en adelante, presidente de cuantos se celebren en Illumbe. Parece Jesús un aficionado cabal, elegante, respetuoso y franco. Una mole de Pedraza de Yeltes que movió con brío y alegría sus más de 650 kilos le sirve como prueba irrefutable para afirmar que el toro no es bueno o malo en función del tipo o del tamaño. A Jesús le gusta el tercio de varas, y apoya a su amigo Joxín en la intención de que la plaza de Azpeitia sólo vea un caballo en cada primer tercio, por ser su diámetro chico y sus terrenos fácilmente confundibles. Con Jesús debemos ser compasivos, a la vista de su próximo desafío: poco menos que aunar con un criterio imparcial las voluntades de un público donostiarra tradicionalmente arraigado y las disquisiciones de una masa estival que presenciará las corridas de Illumbe con fiesta y diversión como único objetivo.


Entre Joxín y Jesús hay un sutil pegamento, quizás ese de barra que a duras penas cumple su función: se trata de la relación meramente formal necesaria para organizar la feria de Azpeitia. Pero entre ambos, por encima de eso, hay también fuerte pegamento de cola. Porque los une su afición y, especialmente, su amistad.

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