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miércoles, agosto 05, 2015

Tapón infranqueable

La última moda es que las prometedoras carreras de los novilleros punteros echen el freno de mano y paren bruscamente su ascensión en soltura y sabiduría. Tomada la alternativa, entrar en carteles se convierte en una lucha inexplicablemente injusta, porque no da las oportunidades a quienes las ganaron en el ruedo. Se trata de una lucha contra las figuras, porque éstas cierran los carteles y se aíslan, protegidas por un sistema que las encumbra. Eligen a dedo compañeros de cartel que, ya sea por su tirón propiamente taurino (Finito de Córdoba), heroico (Padilla) o social (Francisco Rivera), llevan público a las plazas, y consiguen así evitar el esperpéntico ridículo que significaría evidenciar que ninguna figura llena por sí sola. Excluimos, como es lógico, a José Tomás, porque ninguna figura del toreo puede matar seis becerros elegidos a dedo cada año. De una figura se espera mucho más compromiso que el mostrado por el místico de turno.

Es la pescadilla que se muerde la cola. De un lado están los toreros, que no abren los carteles y los repiten con escrupulosa exactitud en todas las ferias; del otro, el público, que no acude. El público mayoritario tiene parte de la culpa, en tanto que es su negación a acudir a los toros si "sólo" torea una figura la que provoca que ésta se cubra las espaldas con compañeros mediáticos o prestigiosos (un prestigio a menudo desmerecido). Claro que, como siempre, el pueblo en su mayoría es ignorante, así que cuesta culparle de algo: más bien urge responsabilizar por la escasa afluencia de público a la prensa, que se encarga de alabar pobres labores de figuras al tiempo que ignora las buenas actuaciones de los jóvenes, y a los empresarios, que no organizan ni -cuando al fin lo han hecho- promocionan las novilladas como es debido, escondiendo así las virtudes de toreros incipientes y llevando la opinión pública hacia el menosprecio (si no el desprecio) de todo cuanto suena a nuevo. Con todo, podemos eximir de culpa al público, porque nuevamente vuelve a ser un rebaño que se deja guiar por la afanosa labor de los nefastos gestores y aún peor vendedores de plazas y carteles.


Un ejemplo: José Garrido. Cuando abrió la Puerta Grande de Vista Alegre, en Agosto de 2014, el público salió impresionado de la plaza. Borracho de toreo. Esperando un eterno semáforo, un veterano aficionado se dirigió a mí: "Yo vi a Ponce de novillero y no he visto nada igual desde entonces. Este chico será figura del toreo". Y ahí está José, en su extremeña casa, viendo a Padilla torear a través de Canal Plus. Esperando su merecida oportunidad, por la que sudó aquella mañana nubosa de Agosto. La que se ganó con la variedad de la encerrona, la sapiencia que mostró ante el manso (aunque extraordinario) sexteto y la calidad con que toreó al quinto, que desorejó tras naturales con ambas manos. Hasta Julio apenas ha toreado. Y se avecina un caso parecido: el del peruano Roca Rey, extremadamente joven pero exageradamente torero. Su valor, su quietud y su firmeza en Valencia le valieron el ofrecimiento de una alternativa en Nimes. Como de costumbre, Simón Casas anduvo avispado y con visión de futuro. Pero Roca Rey tomará la alternativa, fascinará a los nimeños y quizás hasta abra la Puerta Grande. Da igual. Tras eso, si se cumple la costumbre, irá al hotel y tardará en volver a vestirse el traje de luces. Sólo quizás, si no se cumple, Roca llegue al techo que cualquier torero puede alcanzar. Y si media una imposición de los empresarios, es posible que las figuras se vean abocadas a claudicar y ceder. Espero impaciente el momento en que eso ocurra y sus conceptos tan heterodoxos como falsos queden en evidencia ante la clase y la ambición desmedidas de un joven erudito.

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