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lunes, septiembre 14, 2015

Agoreros

Caray. Parece que la fiesta vaya a desaparecer por la ausencia de jóvenes en los tendidos. Una catástrofe, vaya. Que no. Que la fiesta desaparecerá por otros motivos. Quizás por carteles que repiten más que la cebolla, por empresarios mangantes que roban la afición o por el empobrecimiento paulatino de un espectáculo rico en detalles que se vuelve constante y homogéneo. Quizás porque nos roban dos de los tres tercios que existen desde qué sé yo cuándo, porque los artistas torean una vez al año y estafan las otras 364 o porque el místico de cornada por corrida se expone a cogidas para ganar la fama de temerario y recoger cientos de miles de euros por tarde.

La fiesta desaparecerá, claro. No le queda mucho, porque ser antitaurino es chic. Si no eres anti, no eres guay, sino un sádico de mierda que disfruta con subnormales pegando cuchillazos a un toro. O eso dicen. Lo dicen los que dedican su vida a odiar y despreciar a otros humanos. Los que no distinguen animales salvajes de domésticos, y comparan a su perro con un toro, los muy jodidos.

Es la deriva natural de una sociedad llena de urbanitas que desconocen cualquier principio del campo y capaces de dejarse llevar por las modas. Pantalones remangados, camisas atadas hasta arriba... y antitaurinos. Hay muchos jóvenes antitaurinos, más que adultos. Dos son los motivos: la vulnerabilidad de los niños, que aceptan y defienden con uñas y dientes cualquier mensaje que la tele introduce en sus pequeñas cabezas, y el infantilismo reinante que sólo se supera (de media) llegados los treinta años, o algo por el estilo. Quizás el antitaurinismo sea cuestión de madurez. Igual hacen falta primaveras para distinguir gustos de derechos. Por aquello de que si yo prohíbo lo que no me gusta, me cargo el baloncesto. Que me parece un coñazo.

Hay pocos jóvenes en los toros, pero hay más que nunca. La tauromaquia siempre fue afición de quien encuentra trabajo estable y una mujer con la que criar niños gritones. Los veinteañeros siempre estuvieron (y aún están) más a la uni o la fiesta. Sobre todo a lo segundo. Y es normal. El ochenta por ciento de los asistentes a las corridas de toros son ocasionales, y se pasean por allí para lucir la nueva americana y los zapatos más horteras de la tienda. El problema no es que vayan pocos jóvenes. Porque nunca fueron.

El problema de la fiesta es la pedagogía basura que la prensa del sector ejerce hacia los jóvenes. Esos portales tradicionales vendidos a las exigencias de los que hacen el paseíllo, haciendo la pelota a quien les unta y criticando a quien opta por la honradez. Portales con pseudo-periodistas mentirosos. También los hay listos y profesionales, pero esos mienten sabiendo que lo hacen. Y oye, mentir está feo, pero si ese es el único modo de ganarse la vida, yo les entiendo. Aunque no les justifique.

Hay otro cáncer en los que salen por la tele. Hacen reportajes del campo magníficos, pero rozan el ridículo cuando omiten petardos escandalosos, evitan denunciar injusticias o abusos de toreros y empresarios, etc. Los del plató también son responsables de hablar mucho de las figuras y poco de los matadores de alternativa reciente. Y los muy cachondos denuncian en coloquios la escasa repercusión que se les da a los toreros nuevos. Pues aplíquense el cuento, que ya va siendo hora.


No es un problema que en los toros haya pocos jóvenes. Las iglesias están llenas de octogenarios, y también tienen detractores, pero nadie cuestiona que la religión tiene el futuro asegurado. El problema, el que podría matar a la fiesta, es la escasa afición de los pocos jóvenes que van. La prensa del sector taurino es culpable de ello.

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