Lluvia cadenciosa. Lluvia plomiza, homogénea y constante
para marcar el entorno pesimista de un desafío sin remedio. La competición de
la flojera. Lluvia norteña para enhebrar los hilos del fracaso, de la ilusión
sin recompensa. Ilusiones charras por la borda con una corrida asentada en el
suelo fijo de las ideas con futuro: ideas como juntar seis ganaderías de distintos
encastes y dos toreros de la tierra salmantina, como pintar los hierros que
llevan por delante los protagonistas -los toros- en los burladeros, como
anunciar los datos de cada burel por la megafonía antes de que saltara al
ruedo. Ideas que ayudan a construir un futuro en torno al toro, porque ese es
el único futuro que existe.
Se aplica a la perfección: el hombre dispone y el toro
descompone. O como sea. El caso es que el hombre, don Chopera, cualquiera de
ellos, propone ideas que renuevan como se debe renovar en esto del toro:
volviendo hacia atrás. Retrocediendo quince pasos para luego avanzar cincuenta.
Y el toro se cae, protesta, se rebrinca, se repucha del jaco, pega un par de
cabezazos y claudica. Pide el armisticio y marcha a toriles, sin saberse
condenado de antemano.
Y el público se cansa. La paciencia se agota a medida que
salen inválidos y mueren sin escuchar un olé, sin regalar a su matador lo
mínimo de una embestida, arrebatándole toda materia prima con la que trabajar.
El desafío entre ganaderías se convierte en un desafío a la paciencia del
aficionado. O del público. De cualquiera que presencie ese espectáculo
soporífero, sempiterno y helador, como consecuencia de esa lluvia pesimista.
Hubo poco que remarcar en el desafío charro que hizo tercera
de abono salmantino. No ganaron toros ni toreros. Porque el premio Manolo
Chopera, otorgado a la ganadería victoriosa del desafío, quedó desierto, y
también lo haría el hipotético trofeo al mejor matador. Anduvo Eduardo Gallo a
medias. El precioso segundo, de sangre murubeña vía Castillejo de Huebra,
careció de la fuerza necesaria para embestir con brío; lo hizo, muy al
contrario, con el trote cochino del inválido que debió conocer corral. Cuando
se gustó Gallo con la mano derecha, incluso a pesar de numerosos enganchones,
se rajó Sargento. Cantó la gallina.
Sorteó Eduardo Gallo el cuarto bis, Montalvo que vino a sustituir
a un José Cruz -auténtica pintura- que, para infortunio, se lesionó la médula.
El pupilo de Juan Ignacio Pérez-Tabernero apenas fue picado, y llegó a la
muleta con la casta y repetición que llevan a la emoción, pero también con la
inteligencia y falta de nobleza que torturan a un matador con poco bagaje. No
pudo decir nada Eduardo, porque en cada pase se veía prendido y levantaba las
plantas. Medios muletazos y nulo acople.
Cambió la película en el sexto. Cuando salió el cuajado
Valdefresno, asomó el sol e iluminó los tendidos. Se combinó Lorenzo con esa
lluvia racheada aún presente, dejando un arcoiris reflejo del ruedo, esto es,
de la única estampa de verdadero colorido de la tarde. Porque Joyero, aun sin casta ni chicha, se
movió con bondad, temple, suavidad. Y permitió a Gallo dejar buenos derechazos que
se diluyeron cuando el toro se rajó. Para seguir la costumbre de lo hasta el
momento visto.
Tuvo menos lote (aún) Javier Castaño. Recogió una ovación
tras torear con corrección al abreplaza, de Paco Galache, inválido como él
solo. Casi cojo. Quería Gandestillo
coger los vuelos, pero no podía, no tenía fuerza para hacerlo. Así que se
limitó a protestar cuando se sintió podido (incluso levantó del piso al
matador, sin consecuencias) y a esperar la muerte tras faena larga, varios
pinchazos y una media estocada no del todo certera. El mirón tercero puso en
apuros a Castaño. Aun sin fuerza, la nula fijeza del bicho de La Ventana
incomodó a Castaño, quien sólo pudo justificarse con firmeza y torear en la
periferia, no vaya a ser.
También fue mirón el quinto. El de Adelaida fue hasta
protestón, porque se supo podido por la muleta de Castaño y comenzó a soltar la
cara a troche y moche, especialmente cuando el leonés de adopción salmantina le
dejaba la muleta en la cara para repetir. Por ahí no pasaba Fumoso. Tras buenos muletazos y firmeza
propia de quien está ya rodado, una estocada tendida terminó con este quinto.
La película con el sexto ya se la saben.
II Desafío Charro: toros de Paco Galache, playero; Castillejo
de Huebra, bajo, muy bien hecho; La Ventana, largo, gordo, acapachado; José
Cruz, muy rematado; Montalvo (4to bis), ofensivo, enseñando las puntas;
Adelaida Rodríguez, serio, bien armado; y Valdefresno, cuajado.
Javier Castaño (vestido tradicional charro): ovación,
ovación tras aviso y silencio tras aviso.
Eduardo Gallo (vestido tradicional charro): ovación con
petición, ovación tras aviso, silencio tras aviso.
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