Ridículo tras ridículo, miembros y votantes del PACMA, el
Partido Animalista Contra el Maltrato Animal, se resisten a dejar de hacer el
tonto. A dejar de quedar como auténticos lelos en actos o manifestaciones
fallidas, en manipulaciones tergiversadoras y en palabrería barata
evidentemente falsa. Se resisten a pensar por sí mismos.
Con el auge del antitaurinismo del que es culpable la prensa
llegó el archiconocido Toro de la Vega, manifestación tradicional del valor de
un pueblo frente a una fiera que recorre sus calles. Así, al menos, lo ven los
habitantes del pueblo, quienes secundan dicha tradición y tienen o deben tener
pleno derecho a ejercerla. Nadie tiene autoridad moral para prohibir un
festejo. Que joder, estamos en España, y nos gusta decir que aquí hay
libertades.
Libertad como la que existe en Tordesillas el día del
festejo popular. Uno se mueve por el pueblo antes de las once de la mañana sin
restricciones, siempre que sea mayor de edad y esté dispuesto a enfrentarse a
la bestia liberada a esa hora. Aprovechándose de esa libertad, los antitaurinos
decidieron bloquear el paso e incluso atarse con esposas. Todo esto rodeado de
insultos. Sádico por aquí, hijo de puta por allá, asesino y tal y cual. Lo
típico. Hubo entre ellos un iluminado que decidió no sólo atarse sino, además,
tirar la llave con la que poder soltarse al río. Estando en pleno paso del
toro. El muy idiota. Y el animal, independientemente de que hubiera un bobo
jugándose la vida por defender a un bicho que no salvaría la suya, fue liberado
a la hora en punto y recorrió las calles del pueblo como mandan los cánones.
Así que el susodicho, chistoso además de botarate, acusó a los organizadores de
intento de asesinato. Asesinato dijo. Conociendo las normas. Asesinato llamó a
su inconsciente intento de suicidio.
El resto de "activistas", porque así se hacen
llamar, salió por patas en cuanto vio venir al toro. A ese animal que, cuando
están en su casa en el centro de su ciudad -porque de campo ni puta idea- llaman
pacífico y tranquilo. Herbívoro indefenso, y demás. No les valen dos brochas
por pitones como defensa. El caso es que vieron a Rompesuelas y se cagaron como auténticos cobardes. En lugar de
hacerle varias caricias y susurrarle al oído que todo había acabado. Y que ya
se lo llevaban a casa y le daban un huesito para que se entretuviera.
No piensen que esto es todo; muy al contrario, el historial
de ridículos es amplísimo. Empezando por el vídeo de un colgado acariciando a
un morucho que venden como la prueba definitiva de que el toro de lidia es
pacífico. Que viene siendo como si acaricio a una ballena y lo uso como
argumento de lo bien que se comportan los delfines con los humanos. También
tenemos al típico listillo que roba en Internet una estampa de acoso y derribo
con palos de madera sin punta y lo vende en Twitter como el entrenamiento de
los lanceros de Tordesillas.
Porque Twitter es a todas luces el mayor escaparate de la
estupidez humana. Un escaparate muy particular, ya que es al mismo tiempo una fábrica
de estúpidos. Allí se retroalimentan de gilipolleces los animalistas, soltando
falsedades que el común de las personas creen firmemente y a ciegas. El
problema no es lo que escriben los altos cargos del PACMA o los activistas que
les secundan -a quienes por cierto contamos con los dedos de una mano-. El
problema es que, en la sociedad de medios, de instantaneidad, de inmediatez de
la información y fugaz desaparición de la misma, no hay tiempo para contrastar,
y quien no tiene dos dedos de frente se cree a pies juntillas todo lo que lee.
La sociedad se gana a través de las redes. Y en eso hasta los ridículos
animalistas nos han comido la tostada.
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