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martes, agosto 18, 2015

Medio Victorino

Vino a decir Victorino que no, que toda una feria no puede basarse en la denostada nobleza, la exagerada toreabilidad y los generosos premios. Que en San Sebastián, como en cualquier plaza, es necesario un toque torista, de pureza, de integridad, de lucha cuerpo a cuerpo, porque ese es, y no el arte por el arte, el sustento de la fiesta. Que la fiesta de los toros la paga el pueblo y pertenece al pueblo, y él, sobre todo en el norte, quiere emoción, riesgo, poder en los toros y valor en los toreros.

Y cerró Victorino una superflua feria en San Sebastián con una corrida de toros mala pero difícil. Corrida de toros difícil, que si bien debería ser un simple epíteto, se ha convertido hoy en un evento que sucede muy de vez en cuando. Puso Victorinín, que representó hoy a la legendaria ganadería, la nota discordante de una feria plana y fútil. Emotiva, sí; reivindicativa y representativa, también; pero aburrida.

Fue el abreplaza el mejor toro de la corrida. Dejó un sabor agridulce por su injusta muerte, a base de imprecisiones varias con la espada en forma de pinchazos. Empujó con bravura el peto de Óscar Bernal y se movió con alegría y prontitud en los tres pares de banderillas. También aprovechó para aprender la lección y recortar ya en el tercero, claro, porque no todo el monte es orégano y Victorino es Victorino. Que uno tiene un prestigio y el cárdeno no podía menos que sostenerlo. Urdiales lo recibió con la templanza justa de quien conoce la escasa fortaleza de la materia prima con la que trabaja. Se dobló con el toro, pero no le apretó en exceso, no fuera que perdiera las manos. Y de ahí a los medios, a torear, que el tiempo corre. Derechazos profundos, sueltos –no ligados- pero con fondo, con sentimiento, con el clasicismo y la ortodoxia característicos de riojano. La tercera serie por el derecho fue la más completa, y sin embargo los olés no tuvieron el eco de la cuarta, ya al natural, con esa mano izquierda lenta, suave, esa muleta rozando la arena y despertando la pasión de algunos, la emoción de otros. Pero aquello no fue a más, porque no se confió Diego con el mirón, que además tuvo su punto de resabiado y buscón por momentos. Pareció que habíamos recuperado a quien en 2014 levantó plazas y despertó fotógrafos. Volvimos a ver al torero con el encaste que mejor entiende, el albaserrada, y no ese Domecq o ese Núñez repetidor al que no templa y manda. Todo quedó en sentida ovación.

También el segundo mantuvo el interés del respetable: aunque menos bravo que el primero, fue un toro encastado, con poder y pies, que exigió mano baja y confianza, además de dos o tres metros, porque el encimismo de Morenito de Aranda no le gustó un pelo y protestó. No supo ver el burgalés que debía perder pasos entre pase y pase, recuperar la distancia que ofrecía al inicio de las tandas, o pegar cada pase de uno en uno, porque en la ligazón soltaba la cara Murrieto como diciendo quita de aquí que te pego un cornalón. Siguió al segundo un cárdeno oscuro muy mirón, listo y pillo como él solo, de los que levantaban la mano en clase y respondían la duda del profesor. También fue bravo, como picador y banderilleros pueden atestiguar. Metió riñones en el jaco y apretó ante la amenaza de las avivadoras. El inicio de faena de Paco Ureña fue tan contraproducente que cuatro mantazos orientaron al bicho; de ahí en adelante, el pitón izquierdo fue el de una alimaña y el derecho, aun con cierta nobleza, amagó dos o tres cornadas que sólo la firmeza y el arrojo del murciano lograron vacilar. Tiró del toro Ureña, pisó un terreno peligroso y expuso sus muslos a una cornada que parecía segura, para salir indemne con resolución y sangre fría. La apasionante lucha solamente fue entorpecida por una inoportuna música que jamás debió sonar (y así lo expresó la plaza). Terminó pecando de encimista ante la posibilidad de que se rajara el oponente.

Y a partir de ahí, muy a menos. Se desinfló Victorino y cargó con las culpas el hijo, a quien un amable señor del tendido alto le recordó tras cada toro lo malo que había sido el anterior. Vaya mierda, Victorino, y esas cosas. El cuarto fue el peor, por su flojera en el primer tercio y las broncas embestidas, topando en lugar de embistiendo. Urdiales agobió al descompuesto y acentuó su falta de clase. Lo intentó Morenito ante el quinto, geniudo descastado, que también topó e incluso repuso, se volvió sobre las manos para buscar los tobillos de quien mostró firmeza pero justo bagaje. Se pareció el sexto, pero tuvo el cierraplaza la virtud de salir por arriba, abandonando la jurisdicción de Ureña y permitiéndole al menos salir de la cara del toro, evitar la cornada tonta. El mérito del murciano fue echar la moneda al aire y arrimarse, mostrarse dispuesto, con ganas, con valor y buen concepto. Aun sabiendo que la cosa no iba de orejas, no le importó, porque qué leches, fue triunfador en San Fermín y aquí hay que jugarse el pellejo todos los días. Y lo cumplió a la perfección.

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