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viernes, agosto 28, 2015

Pedir toro, pedir futuro

Unos pagan y otros cobran. Cobran bien. Abundante, digamos. De modo que quien paga espera que quien cobra justifique tal desproporcionado ingreso, con un servicio, una actuación, o al menos disposición hacia ambos. Buena intención y la verdad como bandera. Pero uno, con toda su inocencia, se topa en ocasiones con personas capaces de robar, defraudar, estafar y hacerlo además abiertamente. Sin tapujos. Con una sonrisa.

Así que uno se harta y protesta. Se hartó Bilbao (y ya era hora) con la novillada indecente que Antonio Bañuelos echó a Vista Alegre. Se enfadó el público con un ganadero sin vergüenza torera para decir que no, que si no tengo toros yo no voy a Bilbao, porque respeto a la afición y no merecen mis becerros. Y culpó el respetable a la máxima autoridad y responsable del fraude que supone esperar una corrida de toros y encontrarse una novillada. Escuchó una bronca ensordecedora Matías, un veterano aficionado que cree mantener el prestigio con racanería al otorgar orejas y olvida que el respeto al aficionado empieza a las doce de la mañana. "¡Toro, toro!" gritó Bilbao, pidiendo auténticos toros de lidia. Pidiendo trapío, bravura y poder. Pidiendo respeto al toro y al que paga. Pidiendo futuro para la fiesta.

No sólo salió al ruedo una gatada; para más inri, fue mansa, descastada, desrazada, desfondada y, en muchos casos, justa de fuerza. Cogida por los pelos. Y se enfrentaron a un sexteto sin opción dos toreros que no quisieron buscarla, dos con poca cara y mucha chequera: Finito de Córdoba y Alejandro Talavante. La más que ensalzada torería andante y la frialdad hecha torero.
Un toro sin cuajo abrió plaza. Colocado de aquella manera al caballo, escasamente picado y difícilmente banderilleado -recortó e hizo hilo-, tomó Finito la muleta para tantear sin seguridad a un noble que pecó de mirón. Bastaron dos miradas para activar el tembleque en el de Sabadell y que se viera la escasa forma en que se encuentra. Miedo, dudas. Problemas. Recordó quizá que no debió visitar Bilbao con diez corridas toreadas. Mató pensando en otra cosa y escuchó silencio sepulcral. Quedaba el escurrido cuarto, novillo bajo, corto. Erró el Fino al elegir el tercio para la faena, y el manso cantó la gallina y trotó hasta toriles, donde buscó refugio, protección del que manejaba los trastos. No quiso o no supo el matador poner ganas a una tarde absurda per se, así que ejecutó otra estocada de nula exposición y se escondió escuchando leves pitos.

Fandiño fue otra historia. El único que marchó escuchando palmas. Porque Bilbao es benévola, pero Bilbao premia la actitud, las ganas, la vergüenza torera. Y si eres de Orduña, más. Anduvo Fandiño por debajo del bronco segundo, que quedó crudo en el caballo y se desplazó mediante derrotes en la muleta del vizcaíno. Mil y un enganchones sumados a errores en terrenos y distancias no impidieron que Bilbao pidiera una oreja para el paisano. Se arrimó en ajustadas manoletinas, se desplantó en la cara del toro y arreó un espadazo a Susurrante, que pasó a mejor vida tras muerte encastada. No otorgó trofeo Matías viendo pobre petición, a lo que Iván respondió con caras de asco. Néstor, su apoderado, se sumó al espectáculo del desprecio. Despreció un despreciable.

Quedó el quinto sin picar y marchó escuchando palmas Rafael Agudo. Rafael perderá el trabajo cuando se suprima el tercio que protagoniza, pero allá él. Marchó feliz. Refugiado fue otro bronco que se desplazó poco, y cuando lo hizo fue con la cara arriba y querencia a tablas. Se rajó y paró en seco. La efectividad en el estoque de Fandiño, unida a su loable pureza al entrar a matar, le dieron carpetazo.

Talavante lo intentó en vano con el tercero. Aplicó muleta retrasada a un toro con corto viaje, temple al derrote de cada muletazo y suavidad a las broncas embestidas. Pero no aplicó alma, duende, transmisión, sentimiento. Pegó pases, no toreó. Y nadie jaleó los pases, porque ninguno fue digno de ello. El extremeño decidió cambiar la película con el cierraplaza. La bronca había eclosionado al ver lo escurrido del sexto. Hasta Ramón García, veterano de Vista Alegre y siempre respetuoso aficionado, demandó con ahínco el cambio del novillo. Gritó toro, o tongo, o qué se yo. Pidió respeto y no se hable más. Talavante no tuvo ganas de remar montaña arriba, contra la corriente de la decepción canalizada en enfado, y entró a matar tras un trasteo brevísimo. Dos pinchazos encendieron más. Y tocó bronca a la salida, precedida por la que escuchó Finito y sucedida por la que ensordeció a Matías según se ponía en pie y abandonaba su sillón. Su ya desmerecido sillón.

Seis toros de Antonio Bañuelos: primero bajo, sin cuajo; segundo anovillado; tercero escurrido de carnes; cuarto corto, cerrado de sienes; quinto astracanado; sexto anovillado y fuertemente protestado.
Finito de Córdoba (negro y plata): Silencio y pitos.
Iván Fandiño (rosa y oro): Vuelta al ruedo y ovación con saludos.

Alejandro Talavante (gris perla y plata): Silencio y pitos.

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