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jueves, agosto 13, 2015

Un resfriado

Me acerqué un día cualquiera a un establecimiento de la Federación Nacional de Compras de los Ejecutivos (Fnac, por sus siglas en francés). Subí las escaleras mecánicas hasta el segundo piso, dedicado en exclusiva a la lectura. Miles de libros apilados en estanterías; eso sí, bien ordenados: por aquí literatura hispanoamericana, por allá novela negra, esto de aquí dedicado a la filosofía y cerca, casi al lado, las novedades. Y yo busqué, a sabiendas de ser un bicho raro, tauromaquia. Nada de nada. ¿Qué es la tauromaquia?, pensé. Inabarcable pregunta para hacerse en tan extraña situación. Tanto como que Francis Wolff pudo redactar para responderla todo un excelso prólogo que ponía a discutirlo a Sócrates y allegados. Lo primero que se me ocurrió fue que, al menos a ojos del común de los mortales, la tauromaquia es arte.

Pero no, en 'Arte' no había absolutamente nada, así que para no perder el tiempo pregunté. La señorita que me atendió amablemente mostró su estupefacción por encontrarse ante un joven interesado en la tauromaquia (o quizá se asustó por el mero hecho de ser joven y lector). Me llevó a la sección de deportes, como si una corrida de toros fuese un partido de fútbol en el que el balón está vivo y el césped es sustituido por arena. Supuse que el buen hombre que en su día decidió la correcta ordenación jamás habrá pisado una plaza de toros. En cualquier caso, ya en 'Deportes', me miró la chica con cara de disculpa y aseguró haber visto más libros en otra ocasión. Cuatro libros había, cuatro. Cuatro de los miles de libros de la Fnac, una multinacional francesa (luego en su origen hay toros), trataban sobre tauromaquia. Eran dos ediciones del magistral "Juan Belmonte: Matador de toros" que cualquier aficionado que se precie ha leído ya, el libro "El corazón de los caballos" del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y un ejemplar de "Entre Marte y Venus", un completísimo libro de Domingo Delgado de la Cámara que, para más inri, me llevé yo.

Y la desilusión me llevó a comprobar más cerca que nunca que la sociedad da la espalda a la tauromaquia. Que el segundo espectáculo de masas de España, a pesar de serlo, va siendo olvidado progresivamente para quedar en un desolador segundo plano. Y odié por un instante la globalización, que ha arremetido contra nuestro pasado para instalar un presente efímero que mira a un futuro irreal. Un futuro que en nuestra fiesta es cada día más complicado, atacada como está desde fuera y desde dentro. Un futuro negro afeado por políticos de poca monta que, creyéndose con autoridad moral para hacerlo, evitan la celebración de espectáculos tauromáquicos. Olvidan que Caesar Non Est Supra Grammaticos, que igual que el César romano no tenía por ser Emperador derecho a mandar sobre los gramáticos, ser alcaldes no otorga a estos personajes autoridad para prohibir cuanto les venga en gana. Su poder no les da supremacía moral como a Caesar no le convertía en sabio académico. Y mientras reflexionaba sobre este principio del que en su día se valió Kant, caí en lo grande que les viene a susodichos alcaldes.


Sentí desazón, porque no hay nada más satisfactorio que leer sobre gustos y aficiones. Y puedo asegurar que los aficionados a los toros son habitualmente gente instruida que sabe porque ha visto y leído. Literatura taurina existe; de hecho, es amplísima. Tantos y tantos autores han escrito sobre toros que no habría espacio para mencionarlos, pero su extensa obra merece ser leída incluso por quienes en un principio no se encuentren particularmente atraídos. Claro que, para eso, la Fnac tendrá que echar un cable. Y mientras las empresas se dejen acoquinar por las falsas amenazas de contados antitaurinos con aires de grandeza, mientras la publicidad de marcas globalizadas y la televisión estatal den la espalda a la tauromaquia, estamos en un charco. Y poco a poco nos estamos resfriando.

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