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viernes, junio 19, 2015

Dinero (I)

Es curioso el proceso que nos ha llevado a deificar el dinero en esta nuestra sociedad. El símbolo del dólar representa para la civilización poco menos que un dios, algo así como la idea fetiche por la que esfuerzos y sacrificios merecen la pena. Y claro, al igual que para un creyente Dios está por encima de todas las cosas -en ocasiones incluso por encima del cónyuge, de los padres o de los hijos-, para el hombre del siglo XXI el dinero representa lo máximo que se puede alcanzar. Pasa por encima de ideales, valores o sentimientos. Así que si el dinero prima sobre sentimientos, qué les voy a contar de libertades o derechos. De eso cada día sabemos menos.

Hace tiempo que empecé a desarrollar una opinión que cada día asiento más firmemente: la tauromaquia es una metáfora a pequeña escala del mundo real. Ya saben, empresarios que mandan por encima de las leyes, a los que no les importa lo que piense la gente -o el aficionado-, prensa que informa -o desinforma- en base a intereses económicos evidentes, y todo eso. El pan de nuestro cada día. Hay un aspecto en el que tenemos ventaja; en líneas generales, y sin entrar mucho en materia, el aficionado taurino se indigna ante la desvergüenza de empresarios prevaricadores, toreros manipuladores, ganaderos intolerantes, aficionaduchos sectarios y demás imbéciles que uno se encuentra a poco que acuda a dos tertulias, una corrida y un día de campo. El ciudadano medio, en materia política, es más bien pasivo. Incluso el ciudadano que en su afición taurófila tiene espíritu revolucionario y antisistema se pervierte en sociedad para tomar un aire reaccionario digno de estudio. Pero eso es otro tema.

Como las libertades quedan subyugadas al dinero, la libertad de prensa, la de expresión o la de pensamiento quedan reducidas a escombros, también en el ámbito de la tauromaquia. Cuando un aficionado o un espectador suficientemente avispado entra en un portal taurino, puede comprobar sorprendido la sórdida manipulación que llevan a cabo de todo cuanto informan. Los silencios se convierten en aplausos, los aplausos en ovaciones y los afanosos indultos que conceden, pañuelos al aire, borrachos y fiesteros, se pintan como éxitos de la tauromaquia, del ganadero y, aún peor, del torero. Los portales más leídos consiguen así mantener al espectador medio, empeñado en leer esas webs y sólo esas webs, en una galaxia paralela en la que sol, copas y un tío moviendo un trapo son sinónimos de fiesta y desfase. El lector cierra Internet feliz por saberse informado, ignorando que sólo ha conseguido empaparse de manipulaciones irreales que rozan lo ficticio. Ese pobre hombre, terco y cerril como sólo los españoles sabemos ser, está paladeando la ilusa felicidad del ignorante. Se cree libremente informado y sabio en materia taurina. Los portales han convertido a ese hombre en una parte insignificante de un rebaño, una masa homogénea y estandarizada. Han conseguido ser algo así como la máquina que se introduce en el inconsciente de los ciudadanos en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, hablándoles mientras duermen. Han desinformado a traición y de manera deliberada. Y lo más grave es que lo han hecho al amparo de los toreros, que son, al fin y al cabo, los principales beneficiados de la manipulación de datos, y los primeros que pagan a portales a cambio de anunciar carteles suyos, sabiéndose así los amos del cotarro, porque en su mano está retirar ese anuncio, dejar de pagar y mandar a periodistas al paro. Los periodistas se ven abocados a una elección entre comer y ser precisos, donde la elección es evidente: yo también preferiría pan para mi hijo sobre información para un señor de Teruel.

Es fácil entender por qué los toreros eligen los portales para manipular. "La palabra es un arma cargada de futuro", decía Blas de Otero. Quien controla los medios controla a la gente. Ya se sabe que una democracia es muy pobre si lo es el periodismo que en ella se desarrolla, y eso es exactamente lo que ocurre tanto en el mundo real como en el taurino. El mundo de los toros no aparenta ser una democracia porque no otorga ningún papel al que se rasca el bolsillo, que es el equivalente del ciudadano; ni siquiera quiere asemejarse al despotismo ilustrado que se resume en "todo para el pueblo pero sin el pueblo", porque el pueblo le da igual. Los déspotas taurómacas, que no son más que los mandamases de los despachos, son los dictadores de la tauromaquia. Y el aficionado, precisamente por serlo, está sujeto a una afición que intenta mantener, inconsciente de que mantenerla es también alimentar a quienes desearía expulsar.

El dinero no sólo pasa por encima de la libertad de prensa, sino también, como ya se ha dicho, de los valores. Y de eso precisamente hablaremos en la próxima entrega.

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