Vistas de página en total

miércoles, junio 03, 2015

Torerismo de cartón piedra

"Torismo de cartón piedra" tituló Marco Antonio Hierro la crónica en que narraba el estrepitoso petardo de Cuadri, que a su vez vino precedido por un fiasco mayúsculo de la madrileña Baltasar Ibán. Resulta, amigo Marco, o Antonio, como tú prefieras, que ese titular y esa crónica con aire justiciero, más propio de duelista dieciochesco que de aficionado taurino, nos hace daño a todos por igual, y te incluyo a ti, que tan por encima del torismo quisiste pasar. No todo el monte es orégano, así que el desastre ganadero del otro "bando" no se ha hecho esperar. Tanto que hoy, en el cartel aparentemente más propicio para abrir el portón de la calle Alcalá, el varapalo de los pupilos de Victoriano del Río, gran criador y ganadero, fue grotesco. De proporciones bíblicas. Tostón de corrida, y así nos entendemos todos, nula de todo.

De todos es sabido que las primeras impresiones quedan en la mente hasta que las segundas vienen a sustituirlas. Pero, en ocasiones, cuando un toro -al igual que una persona- no entra por los ojos, si su comportamiento tampoco es destacable, esa ligera mueca de desaprobación que al aficionado despierta un toro mal presentado se convierte en acumulativa y el defecto del burel no sólo es no embestir sino también ser feo. Y fea, desigual y exagerada fue la corrida de Victoriano que refrendó las malas sensaciones de la presentación con comportamiento apagado y muy alejado de la idiosincrasia de la ganadería. El primero y el segundo, sueltos de carnes, se taparon por la cara; el tercero, de cornamenta playera, fue alto de agujas y cuellicorto; el quinto, por su parte, alto y muy mal hecho. Tan sólo cuarto y sexto, dos toros armónicos y cómodos para el torero -en especial el primero de los dos-, se salvaron de la quema.
Natural antiestético de El Juli (imagen: Burladero)

Ante escasa materia prima naufragó El Juli en tarde de mano a mano descafeinado. Ese fue su mérito: conseguir estar peor que dos toros malos y por debajo con un toro bueno. La primera figura del toreo. Fue el abreplaza un toro alegre, boyante, encastado aunque manso como toda la corrida, que se repuchó en el segundo puyazo pero se vino arriba en banderillas, para comerse los flecos de la muleta pidiéndola por abajo. Por el pitón derecho venía vencido, pero el izquierdo, el del toreo al natural, fue para bajar la mano, templar, poder, suavizar. Se echó encima Julián en su versión de deportista: talentoso, capaz, esforzado y logrado, pero carente de todo gusto y torería. Sus naturales periféricos y hacia fuera, es decir, su toreo rectilíneo y despegado, no llegaron al tendido, que cantó "olés" como bostezos. Parecía la del madrileño una faena que debía coger vuelo, pero nunca lo hizo. El tercero fue un geniudo algo desfondado, que se vino a menos tras tres tandas poderosas del Juli, que le bajó la mano y le apretó hacia dentro, para obligarle a doblar las costillas y sentirse podido. Sólo cuando el toro se hubo venido abajo, ayudado por el matador pero incluyéndolo en su condición de manso que rehuyó toda pelea, le pudo Julián, que le sacó muletazos largos como una anaconda pero vacíos de mensaje y sentimiento como un programa de Sálvame. Se equivocó también el torero manteniendo en vida al quinto, que se paseó a la defensiva, muy reservón y sin empuje alguno.

Miguel Ángel Perera no está echando su mejor temporada. Tamaña transformación desde el año pasado hasta aquí resulta cuanto menos sorprendente y chocante. Cuando nos avezábamos al poder de su muleta, a sus muletazos profundos y a su valerosa seguridad, el extremeño parece haber dado un pequeño paso atrás. No obstante, es justo explicar por delante que sus oponentes hoy fueron birrias indignas de Madrid. Así, el segundo cantó la gallina según el matador se dobló con él, el cuarto duró una tanda antes de acusar la fuerte querencia a chiqueros y el sexto bis, un Montalvo que vino a sustituir a un inválido Victoriano, tocado de pitones pero hecho cuesta arriba, careció de fuerza, casta y entrega. De bravura ni hablamos.

En nuestra época de tercio de muleta, estas cosas pasan. Los toros son seleccionados para dar el máximo espectáculo en el último tercio, descuidando para ello el eterno tercio de varas y el vistoso tercio de banderillas. Varilargueros que hacen mal su trabajo y toreros de a pie a los que trae sin cuidado la colocación de las avivadoras nos roban dos tercios de la entrada. Vamos demasiado lejos, porque descuidar la pelea en el peto puede implicar descuidar la bravura de un toro, con el riesgo que ello conlleva: el peligro de que la ganadería puntera del escalafón actual eche doce mansos al ruedo de la principal plaza del mundo en menos de una semana. Ese peligro que acecha, escondido tras la mata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario