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domingo, junio 28, 2015

Inocente afición

En la inmensa belleza del valle de Villaverde, al oeste de Vizcaya y casi limítrofe con Cantabria, se encuentra un pequeño pero entrañable y cuidado pueblo de nombre Trucíos. Tras intensos trabajos de acondicionamiento por la mañana, su plaza de toros acogió hoy una novillada de Fuente Ymbro matadas sin picadores por Alfonso Cadaval y Carlos Llandres. Qué casualidad, un festejo organizado por la Comisión Taurina en el que pone los toros el gran amigo que, de vez en cuando, les da cobijo en Cádiz. El mundo es un pañuelo.

Presentación cuestionable: novillos bastos y chicos, especialmente primero y segundo. Los cuatro fueron escandalosamente afeitados hasta convertir las puntas en desagradables muñones. Atrás queda la verdad asociada a un traje de luces y al peligro mortal que dentro de él se corre; hoy, para nuestra desgracia, no sólo en festivales se mutila. Aunque no se quiere, se puede sacar gachos, bizcos o corniapretados en puntas, para mantener así la tan denostada integridad. Quizá, sólo quizá, la manipulación sea resultado del amiguismo entre presidente, ganadero, apoderados y demás organizadores. Quizá. Perder, pierde el de siempre, el mismo que paga inocentemente.

Alfonso Cadaval se enfrentó a un bronco abreplaza que esperó en banderillas y apuntó a manso. Lo fue. Tras brindar al público, quiso alargar la embestida del oponente mostrando buen concepto y ganas; tantas que, excesivamente apabullado y acelerado, no transmitió la tranquilidad y el desparpajo que el espectador necesita para apreciar la estética de un pase. Su segundo, tercero de la tarde, fue el mejor de la corrida y le superó: una desordenada lidia y las dudas del torero, que pecó de esperar con la muleta retrasada y de abrir huecos a troche y moche, enseñaron al oponente y su dulce nobleza con boyante movilidad se convirtió de pronto en guasa mirona del que no coge pero sabe el truco. Se pidió y concedió una oreja pero, pese a la insistencia del ganadero hacia su amigo y presidente Matías y a pesar del infantil pique del padre del joven, no se otorgó una desmerecida segunda. A espadas, dos esperados sainetes. La muleta ha de ir a la pezuña y la espada no tan tendida. Se dice fácil.

Superó a Cadaval una buena versión de Carlos Llandres, que sustituyó a un misteriosamente ausente Emilio Silvera. Transparencia. Fue su primero el preferido del ganadero, un novillo que tropezó varias veces durante la magnífica brega de Venturita y se agarró al piso. Mas cuando quedó a solas con el matador, la virtud de su fijeza creció exponencialmente para unirse a la nobleza y humillación. Llandres corrigió los deslucidos finales en dos encajados naturales propios de quien está tocado por la varita mágica. Dos orejas a la torería y la pureza de un recién mayor de edad. Cerró plaza un encastado reponedor que exigió sitio, mando y piernas, para superar a un joven sin rodaje ni oficio. Dos meritorias estocadas traseras ahorraron a sus dos novillos el sufrimiento con que la otra pareja tuvo que tragar.

Cuatro bastos y desmochados novillos de Fuente Ymbro, de interesante comportamiento: primero manso rebrincado, justo de recorrido; segundo noble humillador; tercero con guasa y cierto peligro; cuarto encastado reponedor.
Alfonso Cadaval (gris plomo y oro): Silencio y oreja.
Carlos Llandres (azul turquesa y oro): Dos orejas y oreja.

Se aplaudió a todos los toros en tarde soleada con tres cuartos de plaza.

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